DESTACADO: ¿Qué es Hay Mujeres?

Se trata de una plataforma virtual en la que podrás encontrar talentos femeninos en las más diversas áreas. Dado que el paisaje de la opinión pública chilena es todavía excesivamente masculino, creemos importante problematizar el fenómeno de la invisibilidad femenina. Más información en haymujeres.cl

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jueves, 12 de junio de 2014

El código Bachelet

A la carga de expectativas colocadas en alguien que llega a ocupar la presidencia de cualquier país se suma, cuando de mujeres se trata, las relativas al género

Opinión El País 11/06/14 
http://internacional.elpais.com/internacional/2014/06/11/actualidad/1402521817_342046.html

A la carga de expectativas colocadas en alguien que llega a ocupar la presidencia de cualquier país se suma, cuando de mujeres se trata, las relativas al género. Inevitablemente, se espera que defienda la propia causa. Ello reviste carácter de obviedad si es portadora de las banderas de la izquierda. En el caso de Michelle Bachelet se suma, además, el precedente de un mandato que no sólo ha merecido el reconocimiento del feminismo académico internacional por su defensa de los derechos femeninos sino que también pavimentó su camino a la ONU-Mujer.

Es por ello que su silencio de género durante la campaña electoral para retornar a La Moneda resultaba llamativo. Se vino a acentuar por el uso que la Nueva Mayoría, coalición que le sirve de sustento, hace de un programaque repite discursivamente tres ejes centrales de reforma (tributaria, educacional y nueva Constitución). La preocupación tiene su fundamento. Por un lado, el gobierno de centro-derecha presidido por Sebastián Piñera llevó a Chile a ocupar el lugar 91, entre 136 economías, del ranking de igualdad de género del Foro Económico Mundial. Por otro, por la discontinuidad de la paridad que la propia Bachelet señaló como misión imposible al nombrar su primer equipo de colaboradores del segundo tiempo.

Chile tiene hoy 39% de ministras.El nombramiento de la única de militancia comunista a la cabeza del Servicio Nacional de la Mujer (Sernam) estuvo cargado de un simbolismo solamente superado por la polémica generada por el anuncio, incluido en el mensaje presidencial del 21 de Mayo, de una de las medidas contenidas en su agenda de género y referida a la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Esto se concretaría en caso de peligro de la vida de la madre, violación o inviabilidad del feto. Aunque se suele decir casi como mantra que Chile cambió, aludiendo como uno de los síntomas la presencia de mujeres en la cúspide de varios poderes (además de la presidencia, Senado, Tribunal Constitucional, Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y las dos principales federaciones estudiantiles),dicho cambio no es generalizado.

Ciertos sectores de elite integrista, que además controlan los consorcios periodísticos más importantes, insisten en mantener al país en el club de los cinco que, a nivel mundial, tienen las legislaciones más restrictivas del mundo en la materia, contrastando con una sociedad crecientemente liberal. Según la Encuesta Nacional UDP 2013, ha crecido el apoyo al aborto bajo las circunstancias antes descritas (superior al 60% y con un incremento cercano a 10 puntos en relación a tres años atrás). El gobierno, para evitar abrir frentes adicionales de conflicto con una Iglesia Católica que no ha escondido su irritación frente a la reforma educacional en curso, ha diferido el debate para el segundo semestre.

La agenda en marcha se complementa con propuestas tales como la creación de un Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género y una ley de cuotas de género que, asociada a la reforma del sistema binominal, uno de los resabios del régimen militar, tiene por objetivo el equilibrio en la conformación de las listas electorales de no menos de 40 ni más de 60 de cada sexo. En los balances realizados en 2010, luego de la derrota electoral que experimentó la Concertación, ya se planteaba que la participación política era una de las deudas que la transición tenía con las chilenas. La presencia femenina en el Congreso asciende hoy a un magro 15,8, frente al promedio regional de 25%.

Pero, para entender la dirección que podrá tener la igualdad de género en Chile, es importante poner el foco en otro aspecto menos evidente y conversado, relacionadocon la propia Presidenta y su liderazgo.¿Será por capitulación ante un poder que se reconoce, por ahora, incontrastable o bien porque el liderazgo, cuando de una mujer se trata, se debate cuando no se le reconoce? La reflexión acerca de lo que ella ha llegado a ser y cómo es relevante para las mujeres, no solamente para las que aspiran a desarrollar una carrera política, en tiempos de ralentización de la igualdad de género en el mundo.

Visto en perspectiva, pareciera que la pendiente para superar las barreras de ingreso a la esfera pública resultó menos trabajosa de las de ascenso, bien ejemplificadas en la metáfora del "techo de cristal" y cuyo debate experimenta nuevos bríos frente a la impenetrabilidad de los directorios de empresas a la incorporación femenina. En Chile, según Women Corporate Directors, 3,4% de mujeres ocupan cargos directivos, con sólo 2,9 en empresas IPSA. La trayectoria de una Michelle Bachelet, que ha llegado a ser para muchas alternativa frente al liderazgo tipo Thatcher, juzgado como masculino un tanto injustamente, permite análisis bajo consideraciones distintas a las del género como marco para el establecimiento de políticas igualitarias. El género puede ser visto, también, como estrategia para desactivar los obstáculos. Esta óptica fue anticipada por Michael Genovese en su libro seminal"Mujeres líderes en política. Modelos y prospectiva".

De una personalidad incómoda para la propia Concertación, experimentando un menosprecio inicial que reducía su adhesión popular al carisma o la mera simpatía, Bachelet ha hecho un tránsito que va desde la invocación del liderazgo femenino y su distintividad y la denuncia del sobremérito al que se ven sometidas las mujeres (femicidio político), hasta alusiones que la sitúan por encima de la propia política, que no es lo mismo que la "política de la antipolítica" acostumbrada por los populismos latinoamericanos. Un punto de inflexión se marcó cuando afirmó que a ella no podían aplicársele los códigos utilizados por los analistas masculinos para juzgar dicha actividad.

Sin embargo, poseer tanto poder no ha logrado que reconozca otra ambición que la movida por la idea de servicio. Así se constata en Yo, Presidente/a, de la periodista Paula Escobar. Sin duda, la mandataria chilena es un ejemplo de recodificación de la idea de "modestia razonable" acuñada por Simone de Beauvoir para hablar de los límites que debe enfrenta el talento femenino.

* María de los Ángeles Fernández Ramil es Politóloga, creadora de @Hay_Mujeres y expresidenta de la Asociación Chilena de Ciencia Política.

domingo, 8 de junio de 2014

Una mirada desde otro cristal

Publicado en La Nación Domingo, 11 de marzo de 2009

¿Seremos las mujeres más valientes? No lo sé, pero si la Presidenta se dejara guiar por la oportunidad y el dividendo fácil, habría dicho amén al puente sobre el canal de Chacao, y no asistiríamos a reformas capitales tales como la previsional o el Transantiago, con todos sus sinsabores.

El balance de una gestión gubernamental depende del cristal con que se mira. Le propongo una nueva óptica: el efecto de un Gobierno paritario en su vida cotidiana, y sólo desde algunos planos. Los interesados en las instituciones políticas vemos cómo estructuras tales como partidos políticos y el Congreso ostentan un paisaje masculinamente masivo, en contraste con la paridad femenina en el Ejecutivo. Habrá que esperar a los recambios en las directivas partidarias -cuando corresponda- y las listas de candidatos/as en las elecciones municipales, así como el comportamiento de partidos y parlamentarios con relación a medidas institucionales para la inclusión femenina (cuotas y otras). Otro ángulo es el de las políticas. No sólo la equidad de género ha sido contemplada en la reforma previsional, sino que el nuevo sistema de protección social evidencia la preocupación por los más desposeídos y vulnerables de la sociedad. Esta orientación ha sido destacada como una especial "ética del cuidado", que marca la gestión de las mujeres en cargos políticos. Otra dimensión son los estilos de trabajo. La capacidad de escucha femenina es algo distintivo. Si no, ahí están las comisiones (infancia, educación, previsión social, por ejemplo) y su utilidad, no sólo para obtener informes con solvencia técnica, sino para integrar la pluralidad de los distintos puntos de vista. ¿Seremos las mujeres más valientes? No lo sé, pero si la Presidenta se dejara guiar por la oportunidad y el dividendo fácil, habría dicho amén al puente sobre el canal de Chacao, y no asistiríamos a reformas capitales tales como la previsional o el Transantiago, con todos sus sinsabores. Podemos decir que la Presidenta, sin duda, "se la juega".

El ingreso de más mujeres en la vida política es una novedad, con implicancias simbólicas y consecuencias en los modelos de rol. El Gobierno partidario no se ha librado de la caricatura y del estereotipo (los parámetros de medición del ejercicio del poder político no son neutros, sino que están permeados por códigos masculinos). Confiemos en que desaparezcan cuando sea rutina el acceso femenino a este tipo de cargos.

La responsabilidad política

Publicado en La Nación el 27 de julio de 2007 

Cualquier reforma política futura no sólo tiene que cautelar la libertad de crítica política, sino la existencia de mecanismos diversos y crecientemente formales e institucionalizados para remover a quienes ocupan cargos políticos.

El reciente libro del senador Andrés Allamand, además de su malhadado título, tiene problemas metodológicos: está lleno de evidencias selectivas, muestras tomadas con pinzas para mostrar los traspiés de una coalición de Gobierno en sus 17 años de conducción. Sin embargo, algo es posible rescatar de él: la necesidad de recobrar el sentido de la responsabilidad política. Si bien atribuye la ausencia de éste a decisiones de la autoridad política, sospechamos que la explicación es más estructural y está directamente relacionada con nuestro régimen político. La implementación del Plan Transantiago ha acabado por ponerla en el tapete, máxime cuando se encuentra en pleno funcionamiento la comisión parlamentaria dedicada a investigarlo. ¿Por qué aparece ahora como importante la necesidad de que las autoridades políticas respondan por sus actos? El nuevo clima mental y la sensibilidad sobre la necesaria probidad y transparencia de los actos públicos, así como la idoneidad de quienes los ejercen, han llevado a una mayor conciencia acerca de esta figura y, muy plausiblemente, a una mayor indignación ciudadana cuando ello no acontezca. En la vida real, todo el mundo sabe que si hace mal la pega será removido. No debiera asombrarnos que la opinión pública se indigne frente a la tendencia de la política a escapar de estos códigos.

Como bien dice García Morillo, la responsabilidad política es producto de la civilización y ha sido un invento útil para evitar la enojosa alternativa de tener que seguir soportando a un incompetente o, en caso contrario, no tener otra salida que encarcelarlo. La sanción derivada de la exigencia de responsabilidad política, según dicho autor, tiene un carácter especial: con ella no se castiga una conducta ilícita, sino lícita. Enseguida, no se persigue tanto castigar o asegurar la reparación de un daño, cuanto ratificar la idea de que los gobernantes están al servicio de los gobernados. Lo que se sanciona, en verdad, no es haber actuado ilícitamente, sino la falta de idoneidad para el ejercicio de la función.

Pareciera conveniente reflexionar acerca de la generación de mecanismos institucionales que despersonalicen la decisión (que, en el presidencialismo, está concentrada en quien ejerce la presidencia) y que permitan responder por los actos, más allá de la necesaria rendición en momentos electorales. Algunos pasos se han dado, pero insuficientes. Entre las atribuciones fiscalizadoras del Congreso debutó, en el 2006, la interpelación. Los llamados a hacer un uso más recurrente de ella, la oposición, la evalúan como ineficaz, casi un mero trámite: los ministros interrogados pueden contestar lo que ellos quieran y no pueden ser interrumpidos.

Los nuevos tiempos resultan ser más exigentes con quienes ostentan el poder. Cualquier reforma política futura no sólo tiene que cautelar la libertad de crítica política, sino la existencia de mecanismos diversos y crecientemente formales e institucionalizados para remover a quienes ocupan cargos políticos, sumando instancias de rendición de cuentas y de fortalecimiento del Estado de derecho, en una perspectiva horizontal. Es esta una limitación más que evidencia nuestro presidencialismo en exceso. Sartori, en su momento, afirmó que “si los chilenos decidieran abandonar su sistema presidencial, estarían bien aconsejados, a mi juicio, si buscaran una solución semipresidencial y no parlamentaria”. Cualquier agenda democrática por venir no debiera ser miope a estos temas.

La cruel inspección de la igualdad

Es justo y necesario escandalizarse ante el fantasma del nepotismo en el otorgamiento de las becas presidenciales. A fin de cuentas, no es éste un vicio cualquiera. Bobbio advirtió que constituye uno de los tres tipos de corrupción, junto con el cohecho y el peculado por distracción. Además, pone el dedo en la llaga en un tema que suele escabullirse, salvo en períodos electorales: la profunda desigualdad existente. Lo preocupante es el tenor de la discusión pública sobre el tema, que raya en la anécdota (calificaciones más o menos obtenidas por algunos beneficiados, hoy en cargos de gobierno). Sin embargo, son varias las aristas que podemos identificar.

La primera, el encono contra Sebastián Dávalos Bachelet, en quien se graficó la denuncia. De paso, su casa de estudios también fue vapuleada públicamente. No pude evitar el recuerdo a Adrian Wooldrige, del diario The Economist, cuando señala que, “si bien importa el talento, tiene que ir ligado a la experiencia, a la ética, a un sistema de control interno, porque las personas talentosas pueden ser malvadas, desbalanceadas o codiciosas”.

La segunda, la omisión -no sabemos con qué intenciones- de que el actual gobierno impulsó la corrección del sistema de adjudicación desde su instalación. El periodismo, si pretende ser politológicamente informado, debe ser riguroso.

En tercer lugar, vayamos a lo medular: los mecanismos para alcanzar mayores cotas de igualdad. Panel de expertos y currículum ciego parecieran ser las piedras angulares de esta nueva etapa de las becas en cuestión. Sin embargo, cabe preguntarse por su efectividad y suficiencia. El magro tamaño de nuestras comunidades científicas y el fenómeno de la hiperespecialización conducen a que el silencio del nombre del postulante no evite totalmente su identificación. Por otra parte, los eventuales conflictos de interés de los expertos es algo que debe ser atendido.

Nuestros criollos paladines de la meritocracia silencian, en general, la mención a otras opciones de combate de la desigualdad: las medidas de acción positiva. Las más conocidas son las cuotas femeninas para cargos de representación popular. El obnubilamiento liberal, extendido como mancha de aceite, predica el fomento de políticas tradicionales conducentes a la igualdad de oportunidades.

Sin embargo, éstas son insuficientes si pensamos en situaciones o grupos que parten de una desigualdad real sustantiva (en este caso, las mujeres, con menos recursos, redes y tiempo), por más que la igualdad formal se haya conseguido. Si queremos superar la mera retórica, tratemos de ser serios y advirtamos los posibles peligros. Ya Dahrendorf, citando a Michael Young y su libro “El triunfo de la meritocracia”, nos interna en los peligros de las medidas radicales, que pueden derivar en el cambio de hegemonía de un grupo, por otro.

Llegan a la cima personas por su “mérito”, cerrando tras de sí las puertas una vez que han asegurado su status. Este panorama no deja de inquietarme y, a decir del autor, tiene poco de decencia, ecuanimidad y sentido común.

Género y dificultades partidarias

Publicado en El Mostrador, 28 de noviembre de 2007
 
La relación de las mujeres y los partidos políticos parece ser de agua y de aceite. Los últimos apuros que enfrenta la senadora Soledad Alvear, presidenta de la DC, para ordenar a un sector rebelde de sus huestes parlamentarias, son una muestra. Su expresión más reciente fue la negativa a apoyar el monto solicitado por el gobierno para seguir adelante con el Transantiago. Esta actitud se justificaría, según uno de los diputados del grupo, “en nombre de los santiaguinos humillados”. Olvida que pueden surgir consecuencias inadvertidas: que estos mismos santiaguinos sientan que esta actitud, no sólo no contribuye a mejorar su vía crucis cotidiano sino que se los abandona aún más y, de paso, se evita la posibilidad de poner el hombro a lo que los chilenos esperan de su clase política: el trabajo mancomunado para solucionar los problemas del país.

Así lo indicó la encuesta CEP de fines del año pasado, al menos, en lo relativo a la corrupción. Sabiamente Joaquín Lavín, dueño además de un talante conciliador, tomó las lecciones del caso.
El incidente se suma a los que ha tenido que enfrentar Alvear a la cabeza de su partido y remite a la necesidad de entender qué sucede en dichas estructuras, dado que la percepción generalizada de las mujeres políticas es que los partidos no son ni tan neutrales ni tan igualitarios como instrumentos democráticos para ambos sexos. La experiencia observable indica que las dificultades son la constante, independientemente del comportamiento individual y del tipo de liderazgo que momentáneamente se ejerza.

La senadora DC es un ejemplo de despliegue de un liderazgo de tipo transaccional. Su paso por dos importantes carteras, Justicia y Relaciones Exteriores, así como las reformas y negociaciones que llevó adelante, demuestran su habilidad política para las transacciones y lograr los objetivos propuestos. Lo curioso es que, a pesar de que este estilo está asociado a lo masculino, no parecer resultar suficiente, como tampoco el hecho de haber triunfado internamente en dos elecciones competitivas de su partido. Alvear, por lo demás, es el epítome de la abnegación en la materia: sólo una vez se limitó a decir, casi en un susurro, que “las mujeres enfrentan un poquito más de dificultades”, que los hombres.

El caso de la Presidenta Bachelet también es digno de observación por cuanto, a pesar de su pronta aclamación como candidata, el PS no ha dejado de darle más de algún dolor de cabeza. Su estilo de liderazgo pareciera ser más cercano a lo transformacional, colocando nuevas dimensiones en la sociedad chilena como es la igualdad de género y apelando a la cooperación y al diálogo. Ha dicho que le interesa tanto la ética del proceso como la ética del resultado. La eficacia decisional de esta opción está por verse.

Un caso a seguir es el de Hillary Clinton, que aspira a ser la candidata del Partido Demócrata en las próximas elecciones presidenciales. De ella se plantea que trata de equilibrar ambas dimensiones en su figura política, como una suerte de dios Jano: lo masculino y lo femenino. Pasa desde afirmar que ella no estaba para quedarse en casa cocinando galletas o preparando el té, o bien apela a lo sensible. Su experiencia en el comité de Servicios Armados del Senado y los contactos realizados como Primera Dama le otorgan una expertise más masculina. Dada su eficacia para conseguir recursos y su reputación, su partido está expectante, a la espera de las primarias de enero del 2008.

Optar por un estilo o jugar a dos bandas son distintas posibilidades que se abren para las mujeres en política. Más de alguien podrá acusar que el análisis feminista lleva a ver al género en todo pero, por otra parte, desdeñar su influencia -escudándose en las características individuales- representa una miopía inexcusable.

Bachelet y el capital moral

Publicado en La Nación el 5 de diciembre de 2007

Capital moral es prestigio moral en servicio útil. Tenemos indicios en los acuerdos en educación y seguridad ciudadana. Un líder puede movilizar postulados morales para establecer su autoridad.

Así como al entrar a una casa, la decoración evoca de inmediato a sus moradores y sus costumbres, lo mismo sucede con las encuestas de opinión. Sus preguntas pueden revelar más de las intenciones de sus artífices que del fenómeno que aspiran a entender. Es el caso de la Encuesta Nacional de Opinión Pública UDP 2007. Una de sus preguntas ha sido la favorita de los medios: "Respecto a las elecciones presidenciales del 2009 ¿cree que el próximo Presidente debe ser hombre o mujer?". La interrogante pudiera resultar inofensiva si no fuera por el sospechoso realce que ha merecido y la ausencia de una explicación de contexto. La intención es evidenciar que 54% de los consultados se inclina por alguien del género masculino para dirigir los destinos del país.

Si analizamos información adicional disponible, ese porcentaje no debiera llamar tanto la atención. Serias investigaciones indican que, en Chile, no existe todavía un cambio cultural. Al revisar un estudio tan importante como la Encuesta Mundial de Valores (WVS), realizado para Chile por MORI, los datos de 2006 corroboran esta impresión: Chile se habría desplazado, desde 1990 a la fecha, desde el cuadrante más pobre y tradicional, dejando el más pobre pero continuando en el más tradicional. La rápida transformación económica no habría ido de la mano de las transformaciones culturales, concluyendo que se necesitan al menos tres décadas para llegar a tener los valores que hoy se identifican con una sociedad moderna. Chile se caracterizaría, entonces, por un desfase entre sus desarrollos económico y cultural.

No es sorpresa, por lo tanto, que 54% de chilenos prefiera un Presidente. Más bien, lo revelador es que para más de un tercio (32%), el sexo del futuro presidenciable es indiferente.

Una investigadora sobre temas de género y política en Chile, Susan Franceschet, ha afirmado que "las mujeres tienen más oportunidad de ingresar en política cuando ciertas características y comportamientos (de género) son especialmente deseables de acuerdo al predicamento de que las mujeres son necesarias para humanizar la política". El que hoy tengamos una Presidenta, entonces, se explica más por la tesis de la "feminización" de la política que por la de "igualitarización" de las mujeres. Basta ver las últimas cifras para recordar cuánto falta todavía para lo segundo: Chile descendió ocho lugares en el ranking mundial de igualdad de género, según el informe del Foro Económico Mundial que, además, indica que nuestro país no ha logrado avances en materia de equidad entre hombres y mujeres. Otro reputado estudio, el Informe de Desarrollo Humano para 2007, informa que el país cayó dos puestos, recordando que uno de los indicadores que se consideran es "potenciación de género".

Otro aspecto de las encuestas son las interpretaciones acerca de la mayor adhesión en atributos que recibe la Presidenta, en comparación con su Gobierno. Por ser mujer, han dicho algunos. Pero la evidencia demuestra que esta condición no es inmunizante sino todo lo contrario: conduce a una mayor exigencia y a la sobrecalificación. Otros esgrimen que sería por el blindaje que conlleva la ocupación de la Presidencia. No deja de producir escepticismo que la institución presidencial, la más asociada a la experiencia política masculina, pueda servir de coraza de las críticas a una mujer.

Existen explicaciones alternativas para entender por qué los chilenos aún aprecian en porcentajes significativos atributos personales presidenciales como credibilidad, capacidad para enfrentar las crisis o liderazgo así como la profesión de cariño y de respeto, según la encuesta CERC de septiembre de este año. Nos referimos al "capital moral" de la Presidenta. Recordemos que, siendo ministra y luego candidata, desplegó un interesante portafolio de atributos como simpatía y carisma, inteligencia emocional y empatía.

Sin embargo, no es posible desconocer algo de lo que mucho se habló en su momento: su biografía. Su historia de vida, marcada por el dolor y por la reconciliación, por la capacidad de convertir el sufrimiento en una tarea constructiva, por lo que ella misma denominó "resiliencia", impactó a sus contemporáneos. Su trayectoria no resultó indiferente, porque el juicio moral es intrínseco en política. Es factible que esté latente en el imaginario de muchos chilenos que adhieren a su persona. Capital moral es, según Kane, prestigio moral en servicio útil. Ya tenemos los primeros indicios en los acuerdos logrados en educación y seguridad ciudadana. Un líder puede movilizar con fuerza ciertos postulados morales para establecer su autoridad. En el caso de la Presidenta, pareciera tratarse de un recurso que bien pudiera desplegar en el momento en que el país experimenta el ciclo del "salto al desarrollo", para lo que están todavía por construir los consensos básicos necesarios tanto en materia de reformas políticas como económicas.

Igualdad de Género: Primera escaramuza

Publicado en Diario Siete, 9 de Febrero del 2006.

Fue suficiente que la ministra designada del Sernam, Laura Albornoz, recordase la denominada Ley de Cuotas, incluida en el programa de la Concertación, para que aflorara el nerviosismo en las distintas tiendas políticas, demostrando tanto una sobrerreacción innecesaria como una pobre disposición a contribuir a los cambios prometidos, materializados hace rato en las sociedades modernas.

Moros y cristianos convergieron en la contienda electoral en que la desigualdad en Chile era escandalosa y que, si bien se requería con premura corregir la desigual distribución del ingreso, también se necesitaba promover la igualdad y la no discriminación asociada a factores tales como el sexo, la etnia, la religión, la nacionalidad y la edad, entre otros. En una sociedad como la chilena, fundar la movilidad social sólo en los méritos resulta insuficiente porque implica perpetuar las desventajas. Pareciera más afortunado acoger la idea de “igualdad compleja”, que implica observar normativamente los distintos eslabones del desarrolla del plan de vida de las personas y no sólo en el impulso inicial. Corregir las políticas sociales es un punto de partida, pero se requieren transformaciones culturales y cambios de mentalidad más profundos.

No es casual que, prematuramente, se instale en el ambiente la preocupación por la mayor presencia de las mujeres en cargos de representación política. Las diferencias en razón del género, si no son las más importantes, son las más emblemáticas. La ciudadanía de las chilenas ha padecido una cierta mutilación, producto de las condiciones particulares de la transición a la democracia, con su autocensura para intervenir en los denominados “temas valóricos”. No cabe duda que el criterio de paridad en el Ejecutivo no sólo es ejemplificador: servirá para estimular una revolución de las expectativas. Por otra parte, pareciera eficaz asociar este debate con las reformas políticas que se abrirán con la modificación del sistema electoral binominal.

Las cuotas son “acciones positivas”. Constituyen un sistema de porcentaje-meta, que parte de la constatación de que persisten desigualdades en el acceso de las mujeres al mundo político. Se trata de una medida de recuperación que tiene a compensar el desequilibrio, creado por la decisión social del trabajo que existe en desmedro de las mujeres, y a compensar el hecho de que no se las tome en cuenta en las distintas áreas de la vida social. Antonia García de León se refiere a ellas como una suerte de “intervención quirúrgica” necesaria ya que, en la competencia política, corren atletas de élite, los hombres, y atletas en fase de entrenamiento, las mujeres.  La carrera no está igualada, por lo que se requieren estos correctivos temporales que, dicho sea de paso, son incentivados por los organismos internacionales a los que nuestro país parece hacer caso omiso. Por otra parte, está claramente diagnosticado que la formulación de leyes, políticas y reglas con pretensiones teóricamente universalista… (Incompleto).

Sobre el debate y el género

La Tercera, 13-05-2005

“Alvear y Bachelet deben poseer una fortaleza personal y psíquica enorme, a diferencia de las medianías masculinas del Congreso y los partidos, toleradas, bien vistas y que pasan inadvertidas.”

Un reconocido experto electoral colombiano, ex asesor de candidatas, de paso por Chile, señalo que el enfrentamiento entre Alvear y Bachelet brinda la oportunidad para hacer una campaña de ideas ya que, al ser dos mujeres, desaparece el tema de género. Disentimos de esta apreciación. Desde el momento que una mujer alcanza un liderazgo visible, con posibilidades ciertas de alcanzar el poder, su biografia personal y política atraen la atención hacia la interrelación de percepciones, expectativas interpretación de experiencias vitales y mitos que configuran la definición social de la realidad y las funciones “propias” de cada género.

Una oportunidad para comprobarlo es el escenario post primer debate de la Concertación. Concedamos que el formato era rígido, contribuyendo a modelar una imagen parcial y selectiva. Asimismo, reconozcamos que las postulantes no sólo fueron incisivas, sino que pecaron en algunos casos de una condescendencia reverencial con los periodistas. Pero no podemos dejar de afirmar que las evaluaciones del debate que todavía estamos escuchando son un meridiano ejemplo, no ya de formulaciones apresuradas, sin de “sobreselección”, fenómeno relacionado con la forma con que las definiciones sociales afectan al género.

En primer lugar parece que se olvida fácilmente que Alvear y Bachelet son mujeres notables, con logros y conocimientos técnicos en distintas áreas que las respaldan. Para mas abundancia han logrado sobrepasar las barreras que obstaculizan el avance de las mujeres con ambiciones políticas, desarrollando estrategias para neutralizar estos obstáculos. Y no debiera caber duda de que deben poseer una fortaleza personal y psíquica enorme, a diferencia de las medianías  masculinas de las que están sembrados el Congreso y los partidos, toleradas, bien vistas y que, en todo caso, pasan inadvertidas (¿alguien ha comparado con los debates anteriores que hemos presenciado durante el periodo democrático?). En segundo lugar, se ven sometidas a exigencias de unos rendimientos excepcionales y diferenciales, dado que están en el punto de mira de la observación social, como pioneras que son.

Desde nuestra perspectiva, los ejes señalados por ambas, “dialogo social” y “desarrollo con valores”, suponen consignas esperanzadoras que el formato televisivo no contribuye a llenar de densidad. La primera, porque coloca el acento en la sequia de deliberación social que vive el país, desplazando la concepción de dominación jerárquica por una en la que las decisiones resulten de una conciliación de interese diversos, que no excluye necesariamente la capacidad de tomar decisiones cuando corresponda. El reciente informe del PNUD sobre el poder en Chile indica que los chilenos aspiran a un liderazgo con capacidad de escuchar y unir a las personas, para lo cual el atributo más relevante seria el ejercicio de una práctica comunicativa.
La segunda, porque nos invita a pensar en una gestión política más digna, mas allá del eficientismo ramplón, amparado en una difusión mediática y con dispendio irresponsable de recursos, que no soluciona de manera sustentable en el tiempo las necesidades de las personas.

El parámetro “andropresidencial” que fija las expectativas y actúa como el reflector con el que los analistas han evaluado el primer debate, no debería ser una sorpresa. Expresiones que hemos leído en estos días tales como falta de tonelaje político, ideas evasivas y ambiguas, falta de seguridad y asertividad e incapacidad de resolución desprenden un aroma familiar a visiones autoritarias, maniqueas e instrumentales del mundo, incapaces de identificar en este evento las dosis de habilidad política que se reflejan en las encuestas.

Se requieren más y adecuados espacios para que ambas puedan desarrollar, tal como plantea Patricio Navia en La Tercera, mensajes claros y simples que reflejen sus propuestas y sueños de país. Ojalá no falte voluntad y disposición en las elites políticas e intelectuales para escucharlos.

Mujer y política

Entrevista a Presidente Lagos Revista Mujer-La Tercera 21/08/05

En Chile, el sexo femenino constituye el 51,18% de la población en edad de votar y el 53% de los electores, pero sólo ocupa el 12.5% de los escaños en la Cámara de Diputados y el 4.1% en el Senado. Una realidad que lleva al país a ocupar el lugar 68 en el ranking mundial de representación femenina en el Congreso. El primer gabinete del Presidente Ricardo Lagos se destacó por entregar cinco plazas a mujeres, incluyendo la de Relaciones Exteriores, y posteriormente Defensa. Hoy, cuando las encuestas confirman el liderazgo de Michelle Bachelet y se habla de un gabinete con paridad de sexos, el Presidente analiza la situación de la mujer y las condiciones que deben cumplirse para elevar su participación real en política.
¿Dónde quedó el machismo que históricamente ha caracterizado a chilenas y chilenos? Se preguntan muchos al enfrentarse al liderazgo de Michelle Bachelet  en las encuestas de opción presidencial. El hecho que una mujer sea la primera opción para convertirse en próxima Presidenta de Chile no sería tema, aunque algunos aún miran con desconfianza debido a la baja participación femenina en política que se da en el país. Una situación que ubica a Chile en una baja posición a nivel mundial y también latinoamericano, pues ocupa el lugar 12 entre 18 países.
En el caso de las alcaldías, y aunque se observa una leve alza, la tendencia es similar: la proporción es de 12,1%. En cuanto al Poder Ejecutivo, las mujeres han encabezado como promedio el 20,1% de las carteras entre 1990 y 2003. El incremento más visible se detectó durante el tercer gobierno de la Concertación, pero la tendencia no se mantuvo en el tiempo. En cuanto a puestos de confianza ministerial (subsecretarías, secretarías regionales y ministeriales y jefes de departamentos y divisiones), la proporcionalidad de mujeres se sitúa en el 20% de los puestos.
La decisión del Presidente Lagos de nombrar a un importante porcentaje de mujeres en su gabinete, incluyendo carteras de adscripción tradicional no femenina, puede haber generado el efecto de inducir cambios en el sistema de valores, subjetivos y colectivos, que conformas la cultura política de los chilenos, impactando en las percepciones, actitudes y posibles comportamientos políticos de la ciudadanía. La posible emergencia de una mujer como jefa de gobierno puede ser, a la vez, causa y efecto de un cambio social y de una variación en la distribución del poder político entre hombres y mujeres. Sobre estos temas y el rol jugado por el Presidente Lagos, quisimos conversar con él.
-¿Cómo explica la paradoja de tener una mujer como probable Presidenta de Chile considerando la baja representación femenina en política o que todavía trabajen menos de la mitad de las mujeres en edad activa?
La lucha de la mujer por participación es similar a la de otros países en América Latina, pero la participación femenina en la fuerza de trabajo en Chile es muy baja. Creo que eso tiene que ver con la maternidad, dificultades de con quién dejar los hijos y de que tenemos, desde el punto de vista de educación parvularia, una cobertura baja. Hemos hecho un gran esfuerzo por aumentarla, porque esa es la clave de todo. Un número muy significativo de mujeres en Chile son jefas de hogar y la mujer jefa de hogar es madre y padre a la vez. No tiene tiempo para otras actividades que no sea el sustento.
En muchos países europeos la participación femenina en la fuerza de trabajo es muy importante como el segundo ingreso de la casa. Lo mismo sucede en Estados Unidos. Y cuando este segundo ingreso deja de ser necesario o indispensable, plantea qué se hace con el tiempo libre. En consecuencia, la vocación por una actividad pública surge de manera natural. Pero ese no es el caso en Chile.
-¿Las mujeres hacen política de manera distinta a los hombres?
Te voy a poner un ejemplo: ¿Concibes que dos hombres, que se aprestan a disputar la Presidencia en una primaria, se junten en un café para dar el vamos a la elección y que, cuando termina el proceso, porque uno de los dos se retira, se juntan en el mismo café? Uno no lo ve posible. Hay una forma de aproximación distinta. No es algo que tenga que ver con el sentimiento, pero creo que hay una forma un poco distinta de hacer política. También la mujer es más aterrizada, más concreta, y por eso es posible que lo haga mejor en una actividad ejecutiva que en una tarea parlamentaria. Esto no se ve en Europa, donde la mayoría de los regímenes son parlamentarios. Por lo tanto, la mujer en el Parlamento, cuando esté en el gobierno, puede ser ministro. En Chile, la división es muy tajante.
¿Cómo surge la idea de nombrar cinco ministras en su primer gabinete? ¿Había un número predeterminado de ministerios a ocupar por mujeres?
En el primer gabinete del Presidente Aylwin se nombró a una mujer a cargo de los temas de la mujer, por supuesto, y hubo un poco más de participación femenina entre ellos. A mí me pareció que había que dar un mensaje potente de incorporación de la mujer: en mi primer gabinete, de 16 hubo cinco ministras. Hicimos algo parecido al nivel de los intendentes. Creo que esto fue un elemento importante. Pero cuando dijimos pongamos cinco mujeres, no fueron cinco por algo determinado, sino porque quería dar un salto que fuera notorio.
-Pero su  gabinete no está terminando igual, en términos de porcentaje, ¿por qué?
Lo que ha habido es una rotación distinta. No he querido establecer un cuoteo de mujeres. Nombramos a la primera intendenta de Santiago. A lo mejor, en un próximo gobierno, la persona a cargo del Servicio Nacional de la Mujer será un hombre. Eso ya sería la culminación… ¿Por qué no? A lo mejor es una sorpresa que tiene reservada alguien.
Es verdad que hay ciertos ministerios que se identifican con género. El Ministerio de la Mujer, Educación, Salud, Planificación, por ejemplo. Vivienda ya parece más raro. Una mujer con casco es raro. Ahora, Relaciones Exteriores, menos. Es cosa de hombres. ¿Y qué decir de Defensa?
En Chile hubo dos mujeres en cargos que normalmente no eran los usuales, y creo que el hecho de que hayan sido dos mujeres que el país considera que están en condiciones de dirigirlo explica por qué en este Chile un poquito conservador en ciertas cosas no se produjo el debate de si una mujer puede ser Presidente. El debate de si una mujer puede o no puede ha estado ausente. Mi impresión es que si hubiera habido una sola, el debate habría surgido. Luego ha habido otras situaciones. En este periodo llega la primera mujer a la Corte Suprema, la primera mujer que es primera antigüedad es una de las instituciones matrices de las Fuerzas Armadas y eso empieza a generar otra situación. Y creo que va a haber un cambio, pero el cambio más importante se dará si somos capaces de modificar la relación con la fuerza de trabajo.
-¿Qué pasa, a su juicio, en el Parlamento, porque las mujeres políticas de todas partes del mundo plantean que la piedra en el zapato son los partidos políticos y, particularmente, el rol que éstos juegan en el proceso de reclutamiento y de selección?
Mi impresión es que eso tiene que ver con el modo de hacer política. Tienes que tener mucha paciencia para hacer política partidista y si los que van a determinar la participación son aquellos que, a nivel de política partidista, tienen sus propias “constituencies”, uno pierde mucho tiempo de debate, a ratos, es muy  grande. Ahí se van quedando muchas en el camino.
Si observamos el caso escandinavo, con notoria presencia de mujeres en las instituciones políticas, con porcentaje de ministras que, a veces, es mayor que el de hombres, lo que se produce es una composición de la fuerza laboral distinta.
-Se plantea que la presencia de mujeres en cargos de liderazgo político puede ser causa y consecuencia de cambios más profundos en la sociedad en la que se produce. ¿Hay en Chile un efecto de las medidas tomadas por usted?
Sí, estoy convencido de que mi decisión produjo algo.
-¿Qué hay que hacer para lograr que más mujeres se incorporen a las instancias de representación política y al mercado laboral?
El nivel de participación femenina en la fuerza de trabajo es el de un país subdesarrollado. Durante mucho tiempo, en Europa, salvo Holanda, todos tenían altísimos niveles de participación. ¿Cómo lo remedió Holanda? Con un alto grado de flexibilidad laboral. Los niveles de participación aumentarán si tienes mayores posibilidades de trabajo de tipo flexible: medios y cuartos tiempos.
El otro ámbito es generar facilidades para que trabajen y, en consecuencia, ahí cumple un rol la educación parvularia. Tenemos una situación de cobertura adecuada de cinco a seis años, más o menos 90% a 95%. Entre los cuatro y cinco años, prekinder, debe estar del orden del 60% y, de ahí para abajo, es muy abajo.
Lo tercero tiene que ver con la capacidad de inserción de las mujeres en tareas directivas que implican quitar más tiempo a la casa. Es distinto ser profesora full-time, que ser decano o rectora. En los cargos ejecutivos de la empresa sucede lo mismo. Luego, tienes el tema de que, cuando ambos trabajan, quién sigue a quién. Lo normal es que la mujer siga al marido. Son matrimonios muy sofisticados, por así decirlo, los que deciden una trayectoria por turnos. Yo tuve un subsecretario que me dijo que tenía que renunciar porque había interrumpido la carrera de su mujer, por ser subsecretario, y a su mujer le había surgido una oportunidad que le interesaba y sentía que debía seguirla, por lo que tenía que renunciar para vivir fuera de Santiago.
-¿Cómo influye su socialización familiar y la figura de su madre en su decisión de dar una señal nombrando más mujeres en cargos del Poder Ejecutivo?
Es interesante. Son cosas que están en el subconsciente. Mi madre fue madre y padre, por la muerte temprana de mi padre y porque él, antes, tenía una enfermedad. Las mujeres a mi alrededor son muy activas. La hermana de mi madre, Fresia, murió siendo alcaldesa. Había una familia donde las mujeres eran muy activas y hacían cosas como jugar tenis en el año 1920, que era algo muy raro.
-¿Qué le responde usted a la gente cuando le dicen “Presidente, Michelle no es Lagos”?
Que tienen toda la razón. Michelle tiene otros atributos que Lagos no tiene, y viceversa. Me parece injusto, porque lo que quieren decir es que este señor es mejor que esta señora. Y dicen eso mismo respecto de otros varones.
-Más de un comentarista ha comentado que el día de las elecciones los votantes, en la soledad de la urna, enfrentarán la aversión al riesgo y no se atreverán a votar por una mujer. ¿Cree que esto es factible que ocurra?
Creo que había mucha más aversión al riesgo votando a Lagos. Objetivamente. Y eso yo lo sentí en distintos momentos. Hoy hay mucho menos temor a votar por Michelle que el que había por mí. Creo que el temor del género no va a existir en la urna. No me he encontrado con nadie que me haya dicho algo así.
-¿Por qué no se pudo avanzar más en materia de igualdad de género en los años anteriores de la transición, a pesar del exitoso movimiento de mujeres?
Tiene que ver con un fenómeno cultural más profundo. La participación de la mujer forma parte de algo más amplio que se ha venido dando en el país, que tiene que ser por una culminación de procesos de transición. Mi sensación es que el proceso de estas mujeres candidatas forma parte de un proceso más amplio. Se derogó la pena de muerte, se derogó la censura, hay más salas triple X en Santiago, se modificó la ley de matrimonio… Hubo un proceso natural de maduración que, entre otras cosas, tiene que ver con el género.
-¿Qué va a pasar si gana una mujer con la figura y la institución de la Primera Dama?
A Luisa siempre le ha molestado esta institución de la Primera Dama, porque ella dice que por qué tiene que dejar ella sus actividades al elegirme a mí Presidente. En todas estas instituciones que preside la Primera Dama, lo que ha hecho Luisa es modificar los estatutos, de tal forma que el Presidente de la República nombra la directiva y se produce una profesionalización. Ella no lo hizo pensando en la posibilidad de que exista una mujer Presidenta, sino más bien pensando en que no quería que la próxima “Primera Dama” estuviera obligada a hacer estas cosas. La mujer de Sandro Pertini era arqueóloga y tenía sus actividades propias. Claro que si hay que hacer alguna tarea social y pública, por razones de protocolo, el Presidente debe estar con su esposa. Creo que las instituciones van a estar preparadas en el evento de que asuma una Presidenta y ella puede querer que sea una persona o varias personas las que tomen esas tareas. Luisa generó las estructuras para despersonalizarlas. Si una próxima Primera Dama quiere asumirlo voluntariamente, perfecto, pero si no quiere, está la solución.
-¿Piensa que este cambio cultural en materia de género forma parte de su legado?
Me encantaría pensar que tuvimos algo que ver en eso, porque esos son legados más profundos. La gente cree que los legados consisten en dejar un puente, un camino. Eso no es así. Los legados son más profundos.

 (*Directora de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Diego Portales y ex presidenta de la Asociación Chilena de Ciencia Política)

Política y emoción

La Tercera, 30-03-2005
“Es difícil que la carga emocional de la política, relacionada con la identidad, no este asentada fundamentalmente en aquello que llaman “ángel” y que Michelle Bachelet pareciera poseer”

Al insistir en las supuestas bases de la emocionalidad (y, de paso, irracionalidad) en las que estarían asentados los apoyos del electorado hacia Michelle Bachelet, no se hace más que dejar en evidencia la falta de comprensión de las transformaciones que la política ha experimentado en las sociedades actuales.
Los sucesivos Informes de Desarrollo Humanos y, en particular, académicos como el extinto Norbert Lechner, ya alertaron sobre las ideas que los ciudadanos se hacen de la política. Específicamente, llamaba la atención acerca de cómo la actual desafección hacia la democracia no se explica ni por una crisis económica ni por una crisis política. Los motivos, a su juicio, parecían radicarse en el ámbito  cultural y en cómo era necesario indagar mas acuciosamente en lo que él denominaba las capas más profundas que contienen los sistemas de valores, las representaciones simbólicas y los imaginarios colectivos.

La visión instrumental, relativa a la exigencia de una gestión eficiente que encare los problemas concretos de la gente, parece hacer tocado techo. En su lugar emerge una demanda por reconocimiento, seguridad y pertenencia que se reconoce en otro tipo de liderazgos. Alguno dirigentes neopopulistas de nuestro continente parecen haber intuido esta necesidad. En nuestro país pueden ser las candidaturas femeninas las que, sin proponérselo, acogen estas demandas y brindan nuevas claves de interpretación. Ello pareciera particularmente evidente en el caso de Bachelet y su llegada con los jóvenes.

En este contexto, las campañas electorales basadas en el currículum del candidato y su experiencia, así como en las ideas que le propone al país, son condición necesaria, pero no suficiente, para apelar al electorado. Dicha estrategia esta asentada en aquellas dimensiones de la política más centradas en el poder y en el orden. Las dos son importantes: la primera, porque habla de un ámbito instrumental que formula la pregunta de quién obtiene qué, cuándo y cómo; determina el modo en que se asignan los recursos y, por tanto, no excluye la política de camarillas, inseparable de todo sistema de poder institucionalizado. La segunda alude a la dimensión reguladora en el espacio que determina el marco de todas las actividades sociales, así como la creación y puesta en práctica de normas vinculantes.

Nuestros lideres y sus asesores de imagen han estado particularmente atentos a estas dos dimensiones, quizás compelidos por la necesidad de imponer razón en una lógica de ingeniería política transicional que haga olvidar los excesos político–pasionales del pasado reciente. Postergan, sin embargo algo muy importante: la dimensión expresiva de la política, vinculada con la identidad, y que se pregunta por quienes somos, por nuestras dudas y nuestro sentido de pertenencia.

Si bien se puede pensar que un líder no nace sino que se hace, producto de los artilugios del marketing político, es difícil que la energía y la carga emocional de la política que se relaciona con la identidad no estén fundamentalmente asentadas en la gracia personal, en eso que llaman “ángel” y que Bachelet parece poseer. Muchos todavía manifiestan su desconcierto ante la irrupción de su figura que no puede explicarse nítidamente con los códigos racionales de la profesión política estandarizada. Y no es tan descabellado pensar que ella representa un ejemplo de cómo se lidia con los miedos, se reconstruye la propia vida y se perdona.

Esta nueva situación no es fácilmente capturable por las encuestas y los datos duros en las que estas indagan. Enfrentamos una incógnita, un halo de misterio que la política siempre tiene y que la hace, muchas veces, más cercana a un arte que a una ciencia. Nuevos horizontes de estudio se abren, por cuanto no se ha logrado una plena comprensión de la emoción y su rol en la política.

Mujeres y política: ¿qué significa?

La Tercera 20-01-2005

“En relación con la mujer en política los partidos chilenos de izquierda no han sido tan activos como los europeos, y en los de derecha su incorporación huele a operación mediática”

El resultado de la Junta Nacional de la Democracia Cristiana y el procedimiento para dirimir la candidata presidencial de la Concertación colocan en un escenario de competencia inusual en la historia política occidental reciente a dos mujeres, Michelle Bachelet y Soledad Alvear.

Por otra parte, se ha informado que, como parte de su estrategia para alcanzar la Presidencia, Joaquín Lavín estudia la posibilidad de crear una vocería femenina para s campaña, compuesta por la diputada Lily Pérez y por la alcaldesa de Concepción, Jacqueline van Rysselberghe, también mencionada como su posible generalísima.

Este papel destacado de las mujeres en los dos grandes conglomerados políticos levanta distintas interrogantes. La primera está relacionada con la cultura política y, particularmente, las transformaciones de la actitud publican hacia el liderazgo femenino, no solo para el caso de Chile, sino a nivel Latinoamericano. A fines de los años 90, una encuesta desarrollada por Gallup a pedido del Dialogo Interamericano, anunciaba ya estos cambios en la región. Las mujeres son percibidas como más honestas, más preocupadas por los pobres y más democráticas. La gran mayoría declaro que el sexo de un candidato no era determinante en su decisión de voto en las elecciones nacionales.

Es por ello que resulta extraño que algunos líderes de opinión, personas bien informadas de las últimas tendencias y proyecciones, se refieran a Bachelet como un “huracán político”, dudando que el apoyo que recibe sea “duro” y especulando sobre su sustento racional. Sin embargo, seamos indulgentes: estamos presenciando algo inusual en nuestro país. Será posible juzgar ponderadamente la actuación de una mujer en el gobierno cuando su presencia deje de ser destacable por su género.

La segunda interrogante se relaciona con el grado y la forma en que los partidos se han adaptado al género. Estos constituyen la vía de entrada por antonomasia a la política y distintos estudios evidencian su actitud “poco amigable” hacia las mujeres. Esto puede observarse, a nivel organizativo, a través de los procesos que se dan en las estructuras internas y las medidas establecidas para el fomento de las mujeres en la vida política, así como mediante el análisis de los programas y los proyectos políticos. No es menor el peso del factor ideológico en esta adaptación: en determinados casos, partidos vinculados a la derecha pueden llegar a ser mas feministas que los partidos ubicados a la izquierda. La Alianza Popular española es una caso emblemático de ello.

Los partidos chilenos de izquierda han sido bastante pusilánimes en la materia en comparación con sus pares europeos, los cuales han llevado la batuta y provocado un efectivo imitativo en el resto del espectro partidista. Incluso el mecanismo de cuotas adoptado acá no resultaría eficiente, de acuerdo con pronunciamientos recientes de Pamela Pereira, dirigente socialista. Por otra parte, cuando observamos la representación parlamentaria femenina, los dos grandes bloques están equiparados. En la práctica no habría mayores diferencias, es por eso que la decisión del Presidente Lagos nombrando a un alto porcentaje de mujeres en su gabinete –a dos de ellas en carteras con carácter estratégico-, no solo ha sido audaz, sino que parece haber surtido un efecto simbólico y catalizador.

En el caso de la Alianza, y dados los precedentes de hostilidad –cuando no de abierto rechazo- a todos los temas que tienden a promover la igualdad de las mujeres, su visible incorporación huele mas a operación mediática, utilizando las reconocidas dotes comunicacionales que tienen las mujeres, sin una traducción automática en la realización de actividades destinadas específicamente a estas, ni la promoción de su igualdad con respecto a los hombres. La merma del apoyo femenino a Lavín en la reciente encuesta del CEP bien pudiera explicarse por causas de este tipo, más que por un escenario político todavía en movimiento.

Mujeres y abanico parlamentario

La Tercera, 07-07-2005
“Debemos pensar creativamente en incentivos que diversifiquen el paisaje parlamentario. Es un test para la igualdad, cuyo reclamo debería ir más allá de la distribución del ingreso. ”

Las altas posibilidades de Michelle Bachelet de alcanzar la presidencia no son garantía de que aumentara la presencia de las mujeres en las instituciones de representación política. Una lectura perspicaz del diario lo devela: algunos días atrás, las dirigentes del bloque PS-PPD-PRSD realizaban una ofensiva mediática para aumentar los cupos parlamentarios.

Asimismo, en una carta un tanto naufraga a un diario, por lo breve y dramática, Mireya García señalaba que su mejor opción de ser candidata en las listas del Partido Socialista por el distrito 20 (Maipú, Estación Central y Cerrillos), avalada por los votos obtenidos en el 2001, peligra ante las pretensiones de Ricardo Lagos Weber, el hijo del primer mandatario.

De acuerdo con la jerga sismológica, se está produciendo, una vez más, un movimiento de subducción, aunque sin las características telúricas de los roces entre dos placas tectónicas. Las mujeres no pueden hacer mucho frente a los equipos negociadores, compuestos por hombres, dada la asimetría de poder existente y la falta de efecto vinculante de los mecanismos de cuotas al interior de los tres partidos políticos que han adoptad esta modalidad.

Así están las cosas en lo que se ha llamado “el jardín secreto de la política”. Es éste  uno de los procesos menos iluminados, tanto por la academia como por el periodismo de investigación. Pero las luchas de algunas mujeres nos advierten de otro fenómeno mayor: la hermeticidad de los partidos políticos a incorporar en las listas de candidatos al Parlamento representantes que reflejen la pluralidad de la sociedad.

No abogamos por una ilusoria representación sociológica, que no garantiza ni competencia ni representatividad política. Pero la brecha es demasiado ostensible y se acrecienta con el tiempo: no hay mujeres, ni jóvenes, ni minorías étnicas, ni discapacitados, por citar algunos ejemplos.
Reconozcamos que existen fuertes condicionantes para escoger a un cierto tipo de candidatos que  garanticen éxito en la contienda electoral: la dinámica que genera el sistema electoral binominal, la no existencia de límites a la titularidad y la lógica de coalición entre otros. Estos mecanismos contribuyen a la reproducción de las diferencias fácticas. La consecuencia es un Parlamento ensimismado y parapetado tras privilegios autoconcedidos.

Algunos dirán que el problema está en otro lado: no habría suficientes mujeres interesadas en ser incluidas en las listas.

No es del todo imposible: las mujeres evalúan sus opciones a la luz de sus recursos y oportunidades y, frente a la lógica política, que es “sin llorar” (nueva expresión feliz de Andrés Allamand) se suma la crianza de los hijos, la inexistencia de redes y contactos y las dificultades para acceder a recursos en campañas que, por sus montos, se escapan cada vez mas de las manos. Sin embargo, cuando las mujeres son candidatas, han demostrado su eficacia y estudios realizados al respecto dan cuenta de ello.

No es este un alegato acrítico a favor de las cuotas, las que, en muchos casos, no han dado los resultados esperados (han actuado mas como un techo, que como un piso). Se trata de que debemos desafiarnos a pensar creativamente en incentivos que diversifiquen el paisaje en el Poder Legislativo. Es cierto que su petrificación no parece tener consecuencias amenazantes para la estabilidad del sistema. Sin embargo, cabe preguntarse qué otras señales esperan los parlamentarios y los negociadores de las listas, dado que esta importante institución se mantiene entre las menos creíble ante los ojos de los ciudadanos.

Es este un test, en definitiva, para la ansiada igualdad, cuyo reclamo debería ir más allá de la necesaria distribución del ingreso. Mientras tanto, para muchos aspirantes se cumple el mandato bíblico, ese que dice que resultaría más fácil entrar por el ojo de una aguja, que integrar las listas de candidatos al Parlamento

Los matices del voto femenino

La Tercera, 16-12-2005

“En Chile podría estar instalándose el mismo fenómeno que ya se aprecia en otras latitudes: un realineamiento del voto femenino hacia la izquierda en especial el de las mujeres jóvenes.”

Así como se instaló con indiscutible fuerza que la dirección del comportamiento electoral femenino en Chile era conservadora, parecía natural su vuelco a favor a favor de la candidata presidencial concertacionista. Había elementos para sostener estas suposiciones. Para el primer caso, en la primera vuelta de la elección presidencial de 1999, Joaquín Lavín obtuvo, entre las mujeres, más del 50% de los votos válidamente emitidos, mientras que el Presidente Ricardo Lagos recibió una votación de 5,5 puntos porcentuales inferior a la de los hombres. Para el segundo, y con base en la experiencia norteamericana, se ha diagnosticado que las mujeres tienden a apoyar a las candidatas, mientras que a los hombres apenas les influye el sexo del candidato.

Carecemos de cartas de navegación analíticamente efectivas para estudiar las claves del voto femenino. ¿Cómo podría ser otra forma si la transición a la democracia no supuso mayores cambios en la posición subordinada de las mujeres en la vida política? Hoy la situación es otra. Michelle Bachelet ha generado un cumulo de percepciones, expectativas, interpretaciones de experiencias vitales y mitos que configuran la definición social de la realidad y las funciones “propias” del genero y su relación con la política, debido a su condición de mujer.

Se esperaba que producto de un discurso comprometido con las mujeres, la votación femenina favoreciera a Bachelet en las elecciones del domingo pasado. Sin embargo, los votos de Lavín y Piñera sumados ascienden a 49% ligeramente superior a la votación individual recibida por ella, 46,95%. ¿Cómo explicar esta diferencia? Si observamos la última encuesta del CEP y a la pregunta de  quién le gustaría a usted que fuera la o el próximo Presidente de Chile, los candidatos de la Alianza sumaban, en mujeres, el mismo 40% que responde a favor de Bachelet.

Ambos datos demuestran, a primera vista, que las tensiones electorales de género tienden a converger y que los comportamientos políticos de hombres y mujeres se asemejan progresivamente.

De todas formas, y carentes todavía de indicadores más elaborados con base en cruces de votos con otras variables, es posible conjeturar que en Chile podría estar instalándose el mismo fenómeno que ya se aprecia en otras latitudes: un realineamiento del voto femenino hacia la izquierda, especialmente el de las mujeres jóvenes. La misma encuesta CEP anuncio que quienes favorecerían la opción de Bachelet son los más jóvenes, posicionados mayoritariamente en la centroizquierda y con altos niveles de escolaridad. Por tanto, podrían ser las jóvenes con estas características el sustento del electorado femenino proclive a Bachelet.
Las mujeres no votan en bloque. Incluso, pequeñas diferencias son definitorias. El paisaje electoral en Chile incluye elementos de modernidad y de tradición, tendencias con cierto aire de familia a las sociedades industrializadas (vinculadas con actitudes hacia el post materialismo y el movimiento de mujeres) con patrones persistentes de sociedades en vías de desarrollo. Este electorado emerge como un campo en disputa, máxime debido a su relativa superioridad numérica.

Así las cosas, Michelle Bachelet parece enfrentar dos tareas: dirigirse hacia los hombres, su aparente talón de Aquiles, con una propuesta incluyente y acogedora de las tensiones que vivencia la identidad masculina, así como interpelar a los votos femeninos lavinistas, anclados en una visión de mundo popular y tradicional. En este segundo empeño, resultaría eficaz la incorporación de mujeres procedentes del centro político. Y Piñera, ¿tiene alguna esperanza con las mujeres? A  la hora de cruzar variables, éstas nos dirían que su base de apoyo pertenece rígidamente al sector alto, de derecha, jóvenes y con altos niveles de escolaridad.
Es éste un retrato hablado de la típica “abeja reina”: mujeres que reivindican el individualismo meritocrático, carentes de un mínimo sentido de solidaridad de género y sin consideración especial de su sexo.

Lo que las mujeres quieren

La Tercera, 15-09-2005

“El intento de Lavín por sintonizar con las mujeres puede resultar si entiende que apelar a la familia tradicional o sacarse fotos con embarazadas ya no basta para atraer el voto femenino.”

Por estos días, un candidato presidencial debe estar añorando que le suceda lo que a Mel Gibson en esa hilarante película a la que esta columna le roba el titulo. La historia parte de un delirio: el imposible hecho de que un hombre empiece a escuchar en su mente los pensamientos de las mujeres, en una especie de telepatía de sentido único provocada por algo así como un shock eléctrico. Ello a propósito de que hemos sido notificados por la prensa de que el candidato en cuestión tiene como tarea “entrar en sintonía” con la media de las chilenas, las que serian menos liberales que Bachelet, según dicen sus cercanos.

Si bien es cierto que Joaquín Lavín derroto a Ricardo Lagos entre las mujeres, no esta tan claro que la mujer chilena tenga un comportamiento electoral conservador permanente.

Ya un estudio de Patricio Navia relativo a las elecciones parlamentarias entre 1965 y 1973 demostró que el conservadurismo femenino era un tanto aparente. Lo que se produjo es que las mujeres de las áreas urbanas pobres, reductos tradicionales de la izquierda, votaron en menor proporción que el resto de la población y ello alimento esa impresión.

En segundo lugar se instala la posibilidad cierta de una Presidente mujer, lo que introduce una variable de la que no hay precedentes en el país. Estudios realizados nos arrojan datos concluyentes acerca de su posible impacto: los efectuados en Estado Unidos, orientados por una perspectiva practica, ya que su objetivo inmediato suele ser estudiar la manera de hacerse con el electorado femenino, han encontrado evidencias de que las mujeres tienden a apoyar a las candidatas, mientras que a los hombres apenas les influye el sexo del candidato. Sin embargo, investigaciones de la realidad británica indican que el sexo no tiene influencia en el voto. En aquellos temas o cuestiones más destacados a la hora de votar, hombres y mujeres tienden a compartir valores políticos. En los temas de mayor relevancia política, presentan divisiones de partido y clase, pero no de género.

En tercer lugar, pareciera que el caso chileno está mostrando el fenómeno que se denomina “distancia generacional de género”, ya que las mujeres no actúan como bloque homogéneo a la hora de votar, sino que las jóvenes tienden a ser más progresistas que sus pares varones. Las encuestas más serias muestran el apoyo sistemático de este grupo etáreo a la candidata oficialista.
A pesar de lo anterior, no es del todo inconducente hacer el intento por atrapar el voto femenino. Un modesto giro en su opción electoral puede producir importantes cambios en el resultado final. Hay más mujeres que hombres inscritos en el registro electoral y presentan cotas más altas de participación electoral (anulan y votan en blanco con menos frecuencia). En el año 2000 había una brecha de inscripción de 4,2% a favor de las mujeres, la que incluso se ha aumentado en el último proceso de inscripción electoral, con datos a fines de agosto.

Sin embargo, habría que tener en cuenta que los recursos tradicionales no encontrarían un terreno fértil: hoy día no resulta del todo recomendable apelar a la protección de la familia para lograr una mayor involucramiento político de las mujeres (como lo demostró el lema, a estas alturas ya naufrago, “Chile, una familia”, de la campaña pre primarias de Soledad Alvear). Si, aun así, se quiere correr el riesgo, debe tenerse a la vista lo complejo de la tarea, habida cuenta de las transformaciones que ha experimentado la familia chilena contemporánea.

La encuesta nacional realizada por ICSO-UDP,  y de reciente difusión, muestra la ruptura de ciertos mitos, la realidad de “nuevas formas de familia”, así como que la mujer tiene un comportamiento más liberal que el hombre en varios temas y una demanda por igualdad de roles en el hogar. Tomarse fotos con mujeres embarazadas o con familias en sentido convencional pudiera resultar, a estas alturas, contraproducente.

Género: el toro por las astas

La polémica suscita con relación a la paridad de género entre tres destacadas mujeres de nuestra vida política –Jacqueline van Rysselberghe, Carolina Tohá y Mariana Aylwin- resulta interesante. La idea es una de las promesas de la candidata oficialista, Michelle Bachelet, como criterios de designación de cargos de atribución presidencial.

Concuerdo parcialmente con lo que platea la alcaldesa de Concepción – la paridad de género no es algo milagroso que resuelva los problemas de discriminación contra la mujer-, pero no así con los argumentos que utiliza. En primer lugar, la paridad constituye una condición necesaria, pero no suficiente, para enfrentar la desigualdad política que viven las mujeres. Se podría estar atacando los síntomas y no las causas del problema. Sin embargo, no ha que mirar en menos el impacto de la incorporación de más mujeres.

La propia Bachelet es un ejemplo de ello. Si el Presidente Lagos no la considera para un ministerio – sobre todo uno de adscripción típicamente masculina-, la historia hubiese sido otra. Está claro que los nombramientos tienen que ir acompañados de medidas pro mujer, como bien señala Tohá, que también incorporen a los hombres, como es compartir toda la gama de trabajo remunerado y no remunerado, por ejemplo.

En segundo lugar, no se entiende que la edil penquista aluda a un supuesto “neofundamentalismo de género”. Junto con ser descalificatorio y pasado de moda, no se ha percatado que dentro del mismo liberalismo que ella postula se ha producido un fuerte debate sobre la necesidad de democratizar la democracia liberal, problematizando sus supuestos en un individualismo abstracto y sobre cómo la resolución de problemas, aparentemente privados, sólo se puede hacer a través de medios y de acciones políticas.

En tercer lugar, nos informa que las mujeres tienen aspiraciones más sencillas que “llegar a las alturas”, parafraseando a Aylwin. Nuevamente, van Rysselberghe revela no estar informada del resultado de los estudios que dan cuenta del malestar a la base de la escasa presencia de mujeres en la vida política. De acuerdo con investigaciones de La Moneda y la Corporación Humanas realizadas, por si acaso, con la Universidad de Chile, el 49,3% de las mujeres dice sentirse representada por el sistema político actual y el 68% estaría de acuerdo con que exista una ley que agregue cuotas a las mujeres para acceder a cargos públicos.

En cuarto lugar, de acuerdo con lo que señala Tohá, existen evidencias de que cuando las mujeres llegan a la vida política, suelen provocar algún cambio en ella. Las indagaciones arrojan una prevalencia del propio partido como un factor más influyente que la variable sexo. Sin embargo, se han constatado que la lealtad al partido decrece, y aumenta el sentimiento de representatividad de sexo, si el número de mujeres en una institución es mayor y, también, si perciben un entorno hostil. Ello conduce que puedan encontrar un “clima de apoyo” entre ellas, sintiéndose más seguras para enfatizar sus derechos e intereses.

Es justo admitir que Bachelet, en esta materia, es más que “cuidada espontaneidad y simpatía”. Toma al toro por las astas al ofrecer fórmulas de concreción de la ciudadanía de las mujeres. De esta forma, reconoce que las sociedades están impregnadas por el género y la necesidad de representación equilibrada. La ceguera ante ello sólo conduce al reforzamiento de la posición de los hombres. Si no se recurre a intervenciones, y según estimación de la Fundación Instituto de la Mujer, habrá que esperar medio siglo para que las mujeres alcancen el 40% de los cargos de representación.

La paridad de género no deja de traslucir paradojas. Bienvenida la controversia con todos sus matices. Reconocer los diferentes puntos de vista debiera ser el punto de partida de análisis más detallados de las diversas situaciones de desventaja social en las que vivimos.

El potencial del liderazgo femenino

La Tercera 03-02-2005

“La emergencia de una mujer como Presidenta puede ser causa y efecto de un cambio social y de una variación en la distribución del poder político entre hombres y mujeres”

Escuche el otro día decir a la diputada Lily Pérez –y espero no interpretarla fuera de contexto- que el hecho de que una mujer llegue a la presidencia no implica necesariamente un cambio. A su juicio, si un primer mandatario hombre se lo propone, pueden producirse cambios efectivos para las mujeres. No deja de tener razón como quedo demostrado con la decisión del Presidente Lagos de nombrar el porcentaje más alto de ministras América Latina. Aunque están por verse todavía los impactos más profundos, nadie podría decir que se trato de una decisión inocua.

Asistimos a importantes debates sobre las implicancias que el género podría tener para el liderazgo político. Es bueno advertir que exploramos una ruta sin mayores mapas camineros. Más aun en estos tiempos en que la dimensión subjetiva de la política inunda la escena, insinuando nuevas claves de interpretación  que les permiten a los ciudadanos estructurar lo real. Los estudios realizados presentan una misma característica: centrado en los hombres, no advirtieron la variable género.

Sin embargo, hay algunos referidos a mujeres presidentas y a unos cuantos casos que concluyen que estas no muestran un estilo de liderazgo nítido que las distinga y que no se animaron a promover un programa político a favor de las mujeres. Tal empresa, en sus respectivos contextos, podría haber implicado un suicidio político. Pero para ser justos, debe reconocerse que la mayoría de las mujeres analizadas (Bhutto, Gandhi, Aquino y Chamorro, entre otras) accedieron al poder por vía accidental, por derivación familiar y en momentos de agitación política.

Es por eso que la visibilidad adquirida por Michelle Bachelet y Soledad Alvear, y su posibilidad de acceder a la presidencia –primero por vía de las urnas intracoalición, luego a nivel nacional-, se convierte en un caso de laboratorio para analizar las percepciones y expectativas que su liderazgo produce.

Es importante destacar que la emergencia de una mujer como jefa de gobierno puede ser, a la vez, causa y efecto de un cambio social y de una variación en la distribución del poder político entre hombres y mujeres. Sin embargo, la sociedad que las observa, y también ellas mismas, aparecen presas de normas y estereotipos culturales profundamente enraizados con relación al género. Solo así se puede entender el mandato de fair play autoimpuesto como un deber y plasmado en el mediático café de hace unos días.
Es conveniente informar que ha habido mujeres que han desarrollado liderazgos transformacionales distanciándose de la tradición y abriendo nuevos rumbos en sus sociedades. Tal fue el caso de Gro Harlem Bruntland, en Noruega, impulsando los derechos de la mujer y los temas de medio ambiente y de Mary Robinson, en Irlanda.

Si la trayectoria es un indicador, no deberíamos esperar de Alvear un liderazgo de este tipo. Su visión más tradicional, con acento en la familia, unida a la peregrina recomendación de sus asesores de imitar a Margaret Tatcher, ofrece una senda predecible. Se recuerda al Thatcherismo por su asociación con la convicción profunda, empuje personal y fuerza de voluntad de la primer ministra británica, pero también con su rigidez, dogmatismo y moralidad pendenciera. Pero habría una via de salida: la experiencia indica que las líderes tienen más probabilidad de ser exitosas en promover el género si vienen de partidos de centro y de derecha. Para las mujeres de izquierda, la alternativa más viable es formar alianzas en estos temas con miembros en otros partidos.

Por otra parte, la menor trayectoria pública de Bachelet brinda el beneficio de la duda. Pudieran esperarse de su gestión signos de cambio, aunque tendrá más posibilidad de éxito si actúa primero como política y no como “mujer política”.

Se observa que la competencia electoral genera un rio revuelto en el que podrían salir ganadoras las mujeres: la búsqueda de votos puede llevar, incluso al político más machista, a desarrollar un interés en promover políticas dirigidas a este sector.

El género en campaña: ¿Transición cultural?

Publicado en Diario 7, 7 de diciembre de 2005

Sebastián Pilera ha hecho ruido noticioso en el último tiempo, no sólo por los evidentes conflictos de interés suscitados por la fortuna personal que ha amasado y a la eventualidad de llegar a La Moneda, sino por dos audaces estrategias de campaña: su intento por profitar del ideario del humanismo cristiano y su agitación de la bandera del género en contra de la candidata oficialista, Michelle Bachelet, cuestionando sus capacidades e idoneidad para gobernar el país.

Este hito es uno más, ene l marco de una campaña electoral matizada por la dinámica del género, tanto en los discursos como en el comportamiento de los actores. Durante el período previo a las primarias, Soledad Alvear aludió, casi como una queja inaudible que, en política, las cosas les cuestan más a las mujeres.

Michelle Bachelet no ha trepidado en afirmar que la sociedad chilena castiga a la mujer, a la que se le sindica como única responsable de su casa y familia, ha acusado la perspectiva masculina de interpretación de la realidad ante los evidentes sesgos que develan las preguntas de los/ las periodistas y ha reconocido abiertamente que ella, en los temas de mujer, no es neutral.

Esta apuesta pudiera haber sido riesgosa y, de ahí, los resultados de la primera vuelta: los analistas señalan que ello la habría llevado a descuidar una franja significativa del electorado masculino. La escasa evidencia disponible en campañas políticas realizadas por mujeres arroja que éstas tienen más posibilidades de tener éxito su actúan como políticas y no como mujeres políticas, considerando las demandas y valores de todos los ciudadanos.

Lo más notorio, desde el punto de vista de la pedagogía de género, fue el ataque de Lily Pérez de su contrincante senatorial, Pablo Longueira. Este, pasando por alto que podría indisponerse con el electorado femenino, afirmó que Pérez hacía una campaña basada en los atributos femeninos. Ella respondió: “Longueira desprecia a las mujeres”. Esta determinante reacción resulta llamativa en una diputada que ha constituido una fiel exponente de lo que se ha dado en denominar  la “abeja reina”, mujeres que se caracterizan por su ciega creencia en el individualismo meritocrático (“llegué hasta acá por mis propios méritos”), haciendo caso omiso a cualquier tipo de solidaridad de género.

Pero las expresiones de Piñera constituyen la gota que colmó el vaso. No sólo evidencia su visión androcéntrica de la institución presidencia sino tambien su feble compromiso con el valor de la igualdad (¿Cómo creerle cuando propone la integración de más mujeres al aparato público?).  No está excenta de riesgo su apuesta : podría incidir en ese 20% de mujeres que dicen que votarían por él. Por último, Piñera podría haber sintonizado con esa suerte de macho en hibernación que muchos llevan adentro y que cuestionaría la tesis del progresivo cambio cultural que estaríamos experimentando. Nada de modernidad y mucho de tradición es aplicar sanciones a los padres que no cumplen con el pago de la pensión alimenticia, coloca el acento en la condena de la violencia intrafamiliar, postula un reajuest extraordinario para as pensiones más bajas d elas mujeres y la superación de la brecha salarial entre ambos sexos, anunca cobertura preescolar completa e impulsa beneficios paa los padres que compartan el cuidado de los hijo, entre otros.

En el marco de un nuevo paradigma de igualdad de g´nero, Bachelet considera que los hombres también forman parte del cuadro y deben ser incorporados activamente a la tarea de lograr una igualdad de oportunidades para todos.

De mariposas, abejas y sexismos

La Tercera, 11-03-2005

“La independencia de criterio y actuación de las mujeres en política son relativas, ya que discurren dentro de mecanismos partidarios reconocidamente masculinos”

Sorprendente resulta la tesis de mi colega Ricardo Israel planteada en su columna “El complejo de la mariposa” (La Tercera, sábado 5 de marzo). De acuerdo a ésta, estaríamos en Chile asistiendo al denominado “complejo de la mariposa”, que consistiría en que las mujeres que acceden a cargos no solo no promueven a sus pares, sino que compiten entre ellas, prefiriendo rodearse de hombres y destacándose solas.

Nos parece que esta apreciación es, por decir lo menos, un estereotipo sexista. Dada la carencia de estudios serios sobre la relación entre genero y poder, los fenómenos a los que estamos asistiendo dan cabida a ésta y a otras especulaciones parecidas. Así, nos estamos librando, por ejemplo, de que se hable acerca de la existencia entre las mujeres políticas del “síndrome de la abeja reina”, dado que no tenemos ley de cuotas a nivel nacional. El mentado síndrome hace referencia a la tendencia de algunas mujeres a sentir que su incorporación en áreas de tradicional dominio masculino se debió a su propio mérito, sin consideración de su sexo.

Este ámbito parece ser fértil para las metáforas con insectos. Pero mientras tanto, deseamos despejar algunas ideas sobre el mencionado complejo. En primer lugar, dicho planteamiento da por supuesto que no pasa nada con la política y que el problema radica en las mujeres. En caso de dificultades ¡cherchez la femme! Esto puede ser parcialmente cierto, pero no permite comprender el fenómeno en todos sus aspectos. Por otra parte, pasa por alto la natural fragmentación existente en todo grupo social que, al constituir un sector “minorizado”, se amplifica.

Enseguida, las lideres políticas mencionadas por Israel como ejemplo (Golda Meir, Margaret Tatcher, Isabelita Martínez de Perón, Violeta Chamorro y Benazir Bhutto) llegan al poder sobre la base de un legado por la fuerza de la sangre. No se esperaba de ellas mayores cambios. Lo tradicional de sus sociedades hubiese implicado para ellas un suicidio político.

En tercer lugar, las pocas mujeres que han accedido a cargos de poder y que, por ello, están sometidas a una especie de lupa de aumento y al escrutinio publico permanente, constituyen todavía una aristocracia femenina en los círculos masculinos de poder, que son quienes permiten su inclusión. Por tanto, la igualdad y solidaridad entre mujeres encuentra serios obstáculos. Su independencia de criterio y actuación son relativos, puesto que discurren dentro de un campo regido por mecanismos partidarios, reconocidamente masculinos.
Se ha diagnosticado que, en estos casos, las mujeres experimentan serias inhibiciones. Esto, porque, a pesar de su compromiso con las reivindicaciones de su género, se ven frenadas por miedo a ser tildadas de “feministas”. Por otra parte, por efecto de la socialización y dado que la política es hoy una actividad profesionalizada, suele primar más en ellas la pertenencia al propio partido, salvo cuando se incrementa sustantivamente el número de mujeres y se alcanza una masa crítica.

Por último, algunos comentarios acerca de su conclusión, un tanto derrotista: que dos mujeres, por primera vez en la historia de Chile, tengan posibilidades de llegar a La Moneda, no va a significar un cambio por sí solo en la situación de la mujer en política. Sin embargo, ya podemos olfatear signos de lo contrario. En el nivel de las elites, algunos sectores políticos ya incorporan mujeres en primera línea, sea por motivos cosméticos o retóricos. Por otra parte, también hay cambios en la intención de voto de las mujeres chilenas: tienden a apoyar a candidatas. La presencia de mujeres en posiciones políticas visibles genera compromisos en las mujeres como ciudadanas.

Un cambio cualitativo podrá darse cuando haya más mujeres en cargos y si surge en el horizonte un movimiento –que ojalá no fuera sólo de mujeres- que produzca apoyo y organización continua. En esta vía, todavía se está en pañales, puesto que en el mundo anglosajón recién se están constituyendo solidaridades (o lobbies) con estos propósitos.

Congreso: ¿limbo político?

La Tercera, 13-10-2005

 “Cabría esperar de la clase política chilena, que se autopercibe como mejor que sus pares del continente, muestras de la experiencia que dicen defender cuando se aferran a sus cargos”
Ahora que toma vuelo el debate acerca del sistema electoral binominal, como reflejan varias columnas publicadas recientemente en La Tercera, y que la consigna de “no repetición del plato” planea en el ambiente, surge la oportunidad para debatir no tanto sobre las características de nuestro Congreso, sino sobre sus condiciones de reproducción.

En anteriores oportunidades se ha planteado el sesgo que caracteriza su composición, que no ha logrado incorporar la diversidad de lo social: mujeres, jóvenes, discapacitados y minorías étnicas, por indicar algunos ejemplos. Algunos, en la más pura lógica de “mal de muchos, consuelo de tontos”, se escudan en que esta no sería una anomalía nacional, sino una característica de todos los congresos. Particularmente grosera será la brecha cuando una mujer no solo llegue a alcanzar la Presidencia, sino que instaure la paridad como criterio de conformación de su gabinete.

Sería razonable analizar la conveniencia de colocar limites a los cargo, señalando criterios de inelegibilidad y la incompatibilidad entre los mismos, incentivando la circulación de las elites y la desconcentración del poder político. Si bien se han impulsado propuestas desde el Parlamento, los mismos afectados, salvo excepciones, se han encargado de torpedearlas esgrimiendo la antigüedad como base para la experiencia que exige la complejidad el trabajo político, así como la tan preciada estabilidad. Tamaña resistencia no solo conspira contra la necesaria competencia, sino que deja entrever el limbo en el que se desenvuelve el trabajo parlamentario: los honorables no tienen límite temporal a su mandato, lubricado por la lógica del sistema electoral y las ventajas de las que disponen los titulares en cada nueva competencia. Esto, mientras el resto de los chilenos debemos sortear la incertidumbre  y los vaivenees de un  mercado laboral que lleva a que la duración de los empleos sea de 4,5 años.

Es la anterior una evidencia más de la particular y diferente condición en que viven los parlamentarios, escondida bajo la supuesta imparcialidad y objetividad de los puntos de vista que esgrimen cuando legislan. Mas que razón o entendimiento de cómo funciona la democracia, se necesita mucha fe para no reconocer que esta condición sostenida en el tiempo no solo es distinta, sino de privilegio.

En este contexto, los ciudadanos incautos no debemos dejar pasar por alto una de las reformas constitucionales recientes, que permitiría que los parlamentarios que no se repostulen o sean derrotados en diciembre puedan optar a un cargo de gobierno. Antes de estos cambios debían pasar seis meses de haber dejado su investidura parlamentaria para que diputados y senadores ocupasen puestos públicos. Ahora se abre paso para que los legisladores que cesen en sus cargos el próximo 11 de marzo puedan asumir puestos en el gabinete de inmediato. Esta medida hace alusión a uno de los blancos fáciles de crítica hacia la clase política en las sociedades contemporáneas: las posteriores salidas a la carrera política. Solo que, en este caso, se trata de una “puerta giratoria” que lleva de un cargo político hacia otro similar, sin entender la necesidad de una clara disciplina de “congelación”, haciendo transcurrir algún periodo de tiempo antes de que los cargos electivos pasen a otros cargo de nombramiento por el poder político.

Mi mayor simpatía para los políticos. Coincido con Enzensberger cuando, en su libro Zigzag, si bien afirma que padecen de “privación sensorial” y los sindica como la figura social más devaluada de la actualidad, reconoce que son más dignos de piedad que de escarnio. Cabria esperar de la clase política chilena, que se autopercibe como mejor que sus pares del continente, muestras de la experiencia que dicen defender cuando se aferran a sus cargo, estando más atentas y siendo mas responsables ante sus ciudadanos y con indicios claros de renovación y apertura a los nuevos tiempos.

Las mujeres en la política chilena y el Efecto Penélope

2004

No es éste el título de un cuento. Nada de ficción tiene la presencia gravitante de dos mujeres, Alvear y Bachelet, en el escenario electoral chileno. Rondan las especulaciones para comprender  el apoyo y entusiasmo que concitan. Desde los cambios culturales que está experimentando la opinión pública hasta una posible “feminización de la política” que aludiría a un liderazgo de nuevo tipo. Resulta pedagógico revisar la investigación internacional comparada que demuestra que, en el campo de las actitudes o de la cultura política, la distancia de género está descendiendo; que no hay mayores diferencias en el ejercicio del liderazgo; que la vinculación con familiares con influencia política es más importante en las mujeres en la carrera hacia el poder, que las diferencias entre sexos se mantienen como áreas de interés político y que las mujeres tienden a apoyar a las candidatas, mientras que en los hombres apenas influye el sexo.

Se abre una oportunidad para hacer un balance del posicionamiento de los temas de género en el escenario político y aspirar a que este hito estimule un debate que está pendiente, con énfasis en las medidas de promoción, sean estrategias retóricas, de acción positiva o de discriminación positiva. Desde que la Concertación asumió el poder, se han producido cambios importantes en la situación legal de la mujer y ha aumentado la conciencia pública sobre los asuntos que le conciernen. Sin embargo, el récord de implementación de políticas que promueven la igualdad de la mujer no resulta impresionante. De particular inquietud es el lento avance de ellas en e Parlamento.
Se han esbozado distintas explicaciones. Resulta difícil entender que, a pesar de los amplios poderes del Ejecutivo y que proporcionan al gobierno un importante margen de autonomía del Poder Legislativo, los avances sean tan modestos.

La Concertación no habría ejercido estos poderes con estos poderes con suficiente con suficiente determinación para promover la implementación de políticas de fomento de la igualdad de la mujer. Al contrario, las facciones conservadoras de la DC han utilizado los amplios poderes del Ejecutivo para impulsar su propia agenda, en detrimento de los partidos de izquierda.
Se habían cifrado esperanzas en el gobierno de Lagos, pensando en que se abrirían oportunidades para las mujeres en el Estado. Parecía lógico pensar que si el equilibrio de poder dentro de la coalición se desplazaba un poco más hacia la izquierda, habría una mayor disposición a reconocer las demandas del movimiento de mujeres y a reabrir canales de comunicación entre las organizaciones de ellas y el Estado. Si bien nadie esperaba sinceramente que el Presidente diera un golpe a la cátedra, incorporando en su gabinete un número similar de hombres y mujeres, tampoco era dable imaginar cuán hegemónico y persistente podía llegar a ser el control de la derecha sobre el discurso público y la ausencia de un verdadero debate respecto de estos temas. Sin embargo, colocando a las dos ex ministras en los cargos precisos, el Presidente las situó en la plataforma de visibilidad adecuada. Podríamos interpretar esta designación según la clave de lo que se ha denominado “retórica de la diferencia”: el incremento de mujeres en las instituciones deja de ser entendido sólo como un fin en sí mismo y se convierte en un medio para alcanzar un objetivo general: la transformación de la vida política. Sin embargo, el que haya más mujeres no debiera ser indiferente; si bien el partido continúa como la variable más determinante, el género tiene influencia en las actitudes políticas, prioridades y actividades parlamentarias. Las mujeres tienden a apoyar con más frecuencia temas relacionados con los derechos de género, se preocupan de la política social y priorizan el contacto con los electores y actividades relacionadas con el distrito electoral por el que fueron elegidas. Habrá que armarse de paciencia. Lo que cabría esperar es que, progresivamente, estos temas dejasen de ser restringidos a los nichos feministas, para ser objeto de debate y preocupación de la sociedad entera. A fin de cuentas, está relacionado con la ampliación y profundización de la democracia.

Pero los asuntos de la mujer en Chile son polémicos y esperable que se produzca el llamado Efecto Penélope: tejes y destejer, sin estar nunca terminando el velo. Por ejemplo, lo que se trata de avanzar por un lado, producto de la igualdad formal de género que propugna el Estado, se hace por el impacto de la publicidad y el papel de objeto sexual que se le asigna a la mujer. Ello es producto de la coexistencia de prácticas sociales en un sentido y prácticas sociales en otro opuesto, que destruye o atenúa el efecto de las primeras.

La lucha de Michelle y Soledad

2003.

La persistente positiva posición de dos mujeres del mundo concertacionista, Michelle Bachelet y Soledad Alvear, en las encuestas de opinión sobre eventuales candidaturas presidenciales instala en Chile un debate saludable – aunque todavía incipiente- acerca de las posibilidades que tiene una mujer de acceder a la máxima magistratura del país.

Sin embargo, cabe preguntarse si ellas han superado ya la etapa de ser “símbolos”: ambas parecen conscientes de los problemas que conlleva esa posición, que las coloca en la mira de la sobreevaluación de sus acciones y discursos. Sin ir más lejos, Michelle Bachelet anticipó el riesgo político implicado en esta posición y las posibilidades de verse expuesta a lo que ella denomina “tratar de rayarle la pintura”.
Es probable que todavía tengan que trabajar más duro que sus pares, luchar por no ser excluidas de las redes de poder masculinas y de superar ciertos estereotipos sexistas. Ya Jorge Schaulsohn informaba de cómo el sistema político presidencialista no alienta precisamente las oportunidades de participación política de las mujeres.

De las mismas encuestas se desprende que la presencia de una mujer en el cargo de mayor jerarquía del país tendría suficiente legitimidad ante la opinión pública. Particularmente entre las mujeres, que ya estarían dispuestas a vota por una de ellas. Esto significaría que Michelle y Soledad están ganando en el plano de la “política de la presencia”, basad en las características de género, reforzando la adscripción del grupo de interés. Sin embargo, faltan etapas sustantivas por quemar: las de la “política de las ideas” y de programas.
En este contexto, resulta inútil preguntarse en qué está el movimiento feminista, si es que podemos hablar de movimiento. Luego del logro institucional que supuso la creación del Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM), se ha instalado en los últimos tiempos otra modalidad de debate de los temas de la mujer, que aflora regularmente en nuestra prensa bajo el rótulo de “nuevo feminismo”: una opción por la complementación y no por la reivindicación, un especie de feminismo cortesano, de corte amable y funcional, que diluye las demandas específicas de género, y las desigualdades y discriminaciones que están en su base, por planteamientos en clave de acomodación, relacionados con la armonía familiar y la humanización de la sociedad.

La primera Presidenta de Chile: Los desafíos de Michelle Bachelet

Las mujeres gobernantes del mundo han oscilado entre los perfiles de "flor de hierro", como Margaret Thatcher y "madre de la patria", que es el caso de Corazón Aquino. Michelle Bachelet no resulta fácil de clasificar en una sola categoría. Su liderazgo, según el análisis de la académica María de los Ángeles Fernández, se asienta esencialmente en dos pilares: proximidad y semejanza.

Texto: María de los Ángeles Fernández R. Publicado en REVISTA YA, martes 24 de Enero de 2006.

A pesar del avance lento, pero sostenido, de mujeres en los poderes del Estado desde la Segunda Guerra Mundial, el que una de ellas llegue a ostentar la máxima magistratura sigue percibiéndose como una rareza. Los datos hablan por sí solos: de los 191 países miembros de Naciones Unidas, las actuales presidentas se ubican en Finlandia, Irlanda, Letonia, Liberia, Filipinas y, ahora, también en nuestro país. Hay cinco primeras ministras en Bangladesh, Alemania, Nueva Zelanda, Mozambique y San Tomé y Príncipe.

Las cifras dan cuenta de un fenómeno todavía simbólico y que la meta del equilibrio entre los géneros está lejos de alcanzarse. En todas partes, los más altos círculos de poder permanecen masculinos.

Hasta el pasado 15 de diciembre Chile no podía vanagloriarse de posibilitar el acceso de las mujeres a los espacios de importancia política. Chile ocupa el lugar 12 entre 18 países de la región en presencia parlamentaria femenina y el 68 en el mundo, según la Unión Parlamentaria Mundial. Según Flacso, nuestro promedio de participación de mujeres en cargos públicos es de 20%.

Si damos un vistazo a los factores que facilitarían la mayor presencia de mujeres en dichos cargos, según lo que plantean Norris e Inglehart en su libro "Rising tide: gender equality and cultural change" (2003), Chile podría catalogarse como "el peor de los mundos posibles" para las mujeres que aspiran a desarrollar una carrera política. De acuerdo a estos autores, existe un cúmulo de barreras que enfrentan las mujeres, que est[an ubicadas a nivel estructural, institucional y cultural.

En Chile se expresan en la existencia de una evidente brecha salarial entre hombres y mujeres (ganamos el 81,7% de lo que ganan los hombres), sino que también un bajo porcentaje de mujeres incorporadas a la fuerza laboral (36% versus 45%, a nivel mundial) y un sistema electoral que no promueve la representatividad, ni ley de cuotas, ni límites a la titularidad en los cargos, y para guinda de la torta, el patronazgo y la informalidad es el sello que marca la selección de candidatos. Nuestra cultura política no se caracteriza por favorecer la igualdad de género. Buena parte del discurso desplegado durante la reciente campaña presidencial por algunos sectores, destinado a cuestionar las capacidades e idoneidad para gobernar de la candidata, da buena cuenta de eso.

Con estas cortapisas, la emergencia de la candidatura de Bachelet suscita extrañeza y, por eso, se ha hablado de "fenómeno". Pero habría algo latente en las sociedades latinoamericanas que pavimentaría el camino. Una importante encuesta realizada por Gallup a principios de la década de los noventa, por encargo de Diálogo Interamericano, arrojaba que tres cuartas partes de los latinoamericanos pensaban que una mujer sería electa en su país en los próximos veinte años. Sin embargo, resulta plausible pensar que esta predilección no está basada tanto en cambios culturales profundos como en la presunción de que las mujeres son más honestas, más preocupadas de combatir la pobreza y serían menos corruptas. Tampoco hay que desdeñar el efecto que en algunos países ha tenido la implementación de leyes de cuotas.

Los acontecimientos políticos recientes evidencian que cuando es una mujer quien logra ostentar un papel relevante de liderazgo, su historia personal y política conducen hacia la interrelación de percepciones e interpretación de experiencias vitales, así como los mitos e ideas preconcebidas que configuran la definición social de la realidad y las funciones esperadas para los sexos dentro de una comunidad. Es por ello que resulta interesante preguntarse acerca del tipo de liderazgo que podría desplegar la Presidenta Michelle Bachelet.

Cuando recurrimos a estudios sobre el tema, nos encontramos con los primeros obstáculos: en primer lugar, no hay un acuerdo en la literatura de disciplinas como la Ciencia Política, la Sicología o la Sociología acerca de qué es el liderazgo, aunque es un concepto de uso recurrente; en segundo lugar, dado el escaso número de mujeres que gobiernan, hay una carencia evidente de casos sobre los que teorizar; en tercer lugar, pocos han analizado la importancia e influencia que la cuestión del género ha tenido en el liderazgo femenino; en cuarto lugar, dado que los conceptos y estilos de liderazgo político han sido desarrollados en ambientes dominados y definidos por hombres, se supone que la socialización se canalizará de acuerdo a estos patrones. Así como lo masculino permea la comprensión generalizada acerca del liderazgo político, las diferencias que declaran las mujeres líderes al ser entrevistadas son un reflejo de percepciones socializadas. Terminamos viendo lo que queremos ver, con el resultado de que las mujeres se autoperciben como generosas, comprensivas, horizontales y cooperadoras en condiciones de que los pocos estudios disponibles no arrojan distinciones por sexo en el desempeño. Más bien lo que se identifica es la supremacía de la lógica del partido político por sobre otro tipo de consideraciones. La evidencia muestra que los atributos del liderazgo se relacionan con el género, pero no son específicos de éste.

Genovese, en su estudio ya clásico titulado "Mujeres como líderes nacionales" (1993), plantea que no hay diferencias entre hombres y mujeres, no logrando identificar un rasgo o rasgos comunes aplicables al conjunto de datos existentes. Indica que, más que estilos diferentes, lo que existe es que se den situaciones diferentes, que requieren liderazgos diferentes y que el líder con éxito es aquel que reconoce y se adapta a esas situaciones.

La mayoría de las mujeres que han ejercido como líderes nacionales han gobernado en naciones menos desarrolladas. Igualmente, obtuvieron el poder en países que mantenían algún tipo de democracia, en regímenes laicos y pocas accedieron en tiempos de estabilidad. Se observa que, dentro de las pioneras en la segunda mitad del siglo XX, pocas han llegado al poder solas (salvo Margaret Thatcher y Golda Meir) y la mayoría ha mantenido estrechos vínculos con sus padres. El lazo sanguíneo suele ser el hilo que las vincula al poder. Proceden de familias con elevadas expectativas, en las que abundaban las oportunidades de desarrollo personal y en las que la figura masculina empujaba a su hija a ir más allá.

Cuando se analizan los estilos de liderazgo, no aparece un estilo claro ni se revela la posibilidad de que puedan contribuir con un liderazgo feminista y que dé lugar a transformaciones. Las mujeres gobernantes de ese momento han oscilado entre los perfiles de la rudeza de la "flor de hierro" (Thatcher) y la acogida y contención de "madre de la patria" (Corazón Aquino). ¿Qué sabemos, por ejemplo de líderes de gobierno como Jennifer Smith (Bermuda), Tansu Ciller (Turquía), Sylvie Kinigi (Burundi) y Hanna Suchocka (Polonia)? Podemos especular que esta insipidez de su liderazgo se ha debido, bien al efecto de neutralización que produce la profesionalización de la política, bien a que algunas gobernaron en tiempos de inestabilidad política, sin oportunidad claras para demostrar un estilo peculiar de gobierno (por ejemplo, Estela Martínez de Perón). En el caso de varias de ellas, si hubieran fomentado el feminismo al interior de sus sociedades, hubiera resultado un suicidio político. Sin embargo, resulta útil identificar algunos elementos presentes en la posible ecuación personal del liderazgo de Michelle Bachelet en base a variables como el contexto, el estilo, la sicología, la trayectoria y el programa político.

De partida no resulta fácil de clasificar en una sola categoría. Al analizar las características de su ascenso al poder, éstas están marcadas por una combinación de patrones convencionales con novedad: no ha seguido la ruta tradicional de superación de obstáculos en el proceso de reclutamiento (llamado "el jardín secreto de la política"). Se piensa en ella como en una "outsider", porque no proviene de la élite partidaria y, sin embargo, ostenta credenciales de una militante disciplinada y de larga data. Comparte con la clase política femenina su origen social más aventajado (para abundar en este tema se recomienda leer "Eliterazgo. Liderazgos femeninos en Chile", de Clarisa Hardy); su imagen se visibilizó luego de que el Presidente Lagos la nominara en una cartera de adscripción tradicionalmente masculina y fueron las encuestas de opinión las que la catapultaron a la fama.

Por otra parte, su discurso de campaña demuestra un evidente conciencia de género, denunciando repetidamente las discriminaciones que viven las mujeres y declarando la subordinación política que experimentan, proponiendo correctores políticos como una ley de cuotas o la paridad en los cargos de gobierno. Ello ha resultado novedoso ya que ha servido para promover la autoconfianza de las mujeres, pero también riesgoso: se ha diagnosticado que es más conveniente para las mujeres con pretensiones políticas actuar como políticas y no como mujeres políticas. Es decir, hacerse cargo de las demandas de la ciudadanía en su conjunto, sin dirigirse a sectores específicos. En materia de estilos, ha insistidoque implementará un modelo ciudadano, entendido como inclusivo y dialogante. Podría decir que su liderazgo se asienta en dos pilares: proximidad y semejanza.

Desde esta perspectiva, tenemos señales de que Bachelet podría desplegar una performance de un liderazgo de tipo transformacional, que escasísimas mujeres han podido, como Gro Harlem Bruntland (Noruega) o Mary Robinson (Irlanda), que logró ser relevada por otra mujer en su cargo, aunque con discontinuidad: trataron de cambiar sus estados, sus sociedades, mostrando capacidad para defender o crear nuevas dimensiones, distanciándose de la tradición y abriendo nuevos caminos.

Algunos plantean que ya supone una posibilidad de cambio en sí misma la presencia de una mujer a la cabeza de los destinos de un país, por el efecto simbólico que provee, difundiendo modelos de rol y difundiendo el mensaje de que la política es una arena posible para la contribución plena de las mujeres. Otras posturas, más escépticas, afirman que la sola presencia femenina en cargos de poder no producirá automáticamente políticas favorables a los intereses de las mujeres.

Bachelet no podrá descuidar el cultivo de otra faceta del liderazgo, más vinculado a las características de lo masculino, de tipo coalicional y consensual. Podríamos estar enfrentándonos a un tipo de liderazgo más andrógino en que confluyan lo tranformacional (mayor participación ciudadana, fomento de igualdad) con lo transaccional (negociaciones necesarias para el funcionamiento).

Aunque es prematuro concluir que Bachelet es la consecuencia de cambios culturales orientados hacia la igualdad de género, sí podemos afirmar que su emergencia se inserta en un clima cultural más amplio de apertura y de libertades. Esto podría ser la oportunidad para avanzar, como ha dicho la experta francesa Delphine Dulong, en la promoción de una mayor presencia de las mujeres en el espacio público, no sólo el político (en los directorios de las empresas, a la cabeza de universidades y en sindicatos por ejemplo); y que, en definitiva, haya paridad política, pero también doméstica.

MUJERES GOBERNANTES: FLOR DE HIERRO O MADRE DE LA PATRIA

En Sri Lanka, en 1960, Sirimavo Bandaranaike fue la primera mujer del mundo en alcanzar el principal cargo del país a través de votación popular. Como primera ministra fue reelegida en 1970 y tuvo un tercer período en 1984.

Aunque es difícil encasillarlas, las mujeres que han alcanzado el poder se han movido entre los extremos de la "Flor de hierro" y la "Madre de la Patria". Las "Flores de hierro" se caracterizan por tener un estilo agresivo, cercano al liderazgo masculino, arquetipo representado por Margaret Thatcher (1979, Gran Bretaña) y Golda Meir (1969, Israel). La otra cara de la moneda son las "Madres de la Patria", mujeres que han llegado al poder por el vínculo sanguíneo, en un contexto de sociedades tradicionales, conservadoras y muy apegadas al tema religioso. Su estilo es percibido como acogedor. Están representadas por Sirimavo Bandaranaike, Corazón Aquino (1986, Filipinas), Benazir Buttho (1988, Pakistán), Indira Gandhi (1966 y 1980, India) y Violeta Chamorro (1990, Nicaragua). En una tercera categoría estarían las llamadas "profesionales", un modelo que se ha desarrollado con más fuerza durante la última década. Son mujeres altamente preparadas, cuya carrera ha estado centrada desde siempre en la política, y actúan como tales. Entre ellas están Angela Merkel (2005, Alemania), Helen Clark (1999, Nueva Zelanda), Tarja Halonen (2000, Finlandia) y Mary Mcaleese (1997, Irlanda), Gloria Arroyo (2001, Filipinas) y Ellen Johnson Sirleaf (2006, Liberia).

Otras mujeres presidentas han sido Mary Robinson (1990, Irlanda), Gro Harlem (1990, Noruega), Jennifer Smith (1998, Bermuda), Tansu Ciller (1993, Turquía), Sylvie Kinigi (1993, Burundi), Hanna Suchocka (1992, Polonia) y Vaira Vike (1999, Letonia). En Latinoamérica, Mireya Moscoso (1999, Panamá) y Janet Rosemberg (1997, Guyana). A ellas se suma Michelle Bachelet (2006, Chile). También llegaron a la presidencia, pero sin pasar por el escrutinio ciudadano, Estela Martínez de Perón (1974, Argentina). Rosalía Arteaga (1996, Ecuador) y Ertha Pascal (1990, Haití), y Lidia Gueiler (1979, Bolivia).

María de los Ángeles Fernández es cientista política de la Universidad Diego Portales y ex presidenta de la Asociación Chilena de Ciencia Política.