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domingo, 8 de junio de 2014

La cruel inspección de la igualdad

Es justo y necesario escandalizarse ante el fantasma del nepotismo en el otorgamiento de las becas presidenciales. A fin de cuentas, no es éste un vicio cualquiera. Bobbio advirtió que constituye uno de los tres tipos de corrupción, junto con el cohecho y el peculado por distracción. Además, pone el dedo en la llaga en un tema que suele escabullirse, salvo en períodos electorales: la profunda desigualdad existente. Lo preocupante es el tenor de la discusión pública sobre el tema, que raya en la anécdota (calificaciones más o menos obtenidas por algunos beneficiados, hoy en cargos de gobierno). Sin embargo, son varias las aristas que podemos identificar.

La primera, el encono contra Sebastián Dávalos Bachelet, en quien se graficó la denuncia. De paso, su casa de estudios también fue vapuleada públicamente. No pude evitar el recuerdo a Adrian Wooldrige, del diario The Economist, cuando señala que, “si bien importa el talento, tiene que ir ligado a la experiencia, a la ética, a un sistema de control interno, porque las personas talentosas pueden ser malvadas, desbalanceadas o codiciosas”.

La segunda, la omisión -no sabemos con qué intenciones- de que el actual gobierno impulsó la corrección del sistema de adjudicación desde su instalación. El periodismo, si pretende ser politológicamente informado, debe ser riguroso.

En tercer lugar, vayamos a lo medular: los mecanismos para alcanzar mayores cotas de igualdad. Panel de expertos y currículum ciego parecieran ser las piedras angulares de esta nueva etapa de las becas en cuestión. Sin embargo, cabe preguntarse por su efectividad y suficiencia. El magro tamaño de nuestras comunidades científicas y el fenómeno de la hiperespecialización conducen a que el silencio del nombre del postulante no evite totalmente su identificación. Por otra parte, los eventuales conflictos de interés de los expertos es algo que debe ser atendido.

Nuestros criollos paladines de la meritocracia silencian, en general, la mención a otras opciones de combate de la desigualdad: las medidas de acción positiva. Las más conocidas son las cuotas femeninas para cargos de representación popular. El obnubilamiento liberal, extendido como mancha de aceite, predica el fomento de políticas tradicionales conducentes a la igualdad de oportunidades.

Sin embargo, éstas son insuficientes si pensamos en situaciones o grupos que parten de una desigualdad real sustantiva (en este caso, las mujeres, con menos recursos, redes y tiempo), por más que la igualdad formal se haya conseguido. Si queremos superar la mera retórica, tratemos de ser serios y advirtamos los posibles peligros. Ya Dahrendorf, citando a Michael Young y su libro “El triunfo de la meritocracia”, nos interna en los peligros de las medidas radicales, que pueden derivar en el cambio de hegemonía de un grupo, por otro.

Llegan a la cima personas por su “mérito”, cerrando tras de sí las puertas una vez que han asegurado su status. Este panorama no deja de inquietarme y, a decir del autor, tiene poco de decencia, ecuanimidad y sentido común.

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