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domingo, 8 de junio de 2014

Género: el toro por las astas

La polémica suscita con relación a la paridad de género entre tres destacadas mujeres de nuestra vida política –Jacqueline van Rysselberghe, Carolina Tohá y Mariana Aylwin- resulta interesante. La idea es una de las promesas de la candidata oficialista, Michelle Bachelet, como criterios de designación de cargos de atribución presidencial.

Concuerdo parcialmente con lo que platea la alcaldesa de Concepción – la paridad de género no es algo milagroso que resuelva los problemas de discriminación contra la mujer-, pero no así con los argumentos que utiliza. En primer lugar, la paridad constituye una condición necesaria, pero no suficiente, para enfrentar la desigualdad política que viven las mujeres. Se podría estar atacando los síntomas y no las causas del problema. Sin embargo, no ha que mirar en menos el impacto de la incorporación de más mujeres.

La propia Bachelet es un ejemplo de ello. Si el Presidente Lagos no la considera para un ministerio – sobre todo uno de adscripción típicamente masculina-, la historia hubiese sido otra. Está claro que los nombramientos tienen que ir acompañados de medidas pro mujer, como bien señala Tohá, que también incorporen a los hombres, como es compartir toda la gama de trabajo remunerado y no remunerado, por ejemplo.

En segundo lugar, no se entiende que la edil penquista aluda a un supuesto “neofundamentalismo de género”. Junto con ser descalificatorio y pasado de moda, no se ha percatado que dentro del mismo liberalismo que ella postula se ha producido un fuerte debate sobre la necesidad de democratizar la democracia liberal, problematizando sus supuestos en un individualismo abstracto y sobre cómo la resolución de problemas, aparentemente privados, sólo se puede hacer a través de medios y de acciones políticas.

En tercer lugar, nos informa que las mujeres tienen aspiraciones más sencillas que “llegar a las alturas”, parafraseando a Aylwin. Nuevamente, van Rysselberghe revela no estar informada del resultado de los estudios que dan cuenta del malestar a la base de la escasa presencia de mujeres en la vida política. De acuerdo con investigaciones de La Moneda y la Corporación Humanas realizadas, por si acaso, con la Universidad de Chile, el 49,3% de las mujeres dice sentirse representada por el sistema político actual y el 68% estaría de acuerdo con que exista una ley que agregue cuotas a las mujeres para acceder a cargos públicos.

En cuarto lugar, de acuerdo con lo que señala Tohá, existen evidencias de que cuando las mujeres llegan a la vida política, suelen provocar algún cambio en ella. Las indagaciones arrojan una prevalencia del propio partido como un factor más influyente que la variable sexo. Sin embargo, se han constatado que la lealtad al partido decrece, y aumenta el sentimiento de representatividad de sexo, si el número de mujeres en una institución es mayor y, también, si perciben un entorno hostil. Ello conduce que puedan encontrar un “clima de apoyo” entre ellas, sintiéndose más seguras para enfatizar sus derechos e intereses.

Es justo admitir que Bachelet, en esta materia, es más que “cuidada espontaneidad y simpatía”. Toma al toro por las astas al ofrecer fórmulas de concreción de la ciudadanía de las mujeres. De esta forma, reconoce que las sociedades están impregnadas por el género y la necesidad de representación equilibrada. La ceguera ante ello sólo conduce al reforzamiento de la posición de los hombres. Si no se recurre a intervenciones, y según estimación de la Fundación Instituto de la Mujer, habrá que esperar medio siglo para que las mujeres alcancen el 40% de los cargos de representación.

La paridad de género no deja de traslucir paradojas. Bienvenida la controversia con todos sus matices. Reconocer los diferentes puntos de vista debiera ser el punto de partida de análisis más detallados de las diversas situaciones de desventaja social en las que vivimos.

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