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domingo, 8 de junio de 2014

Las mujeres en la política chilena y el Efecto Penélope

2004

No es éste el título de un cuento. Nada de ficción tiene la presencia gravitante de dos mujeres, Alvear y Bachelet, en el escenario electoral chileno. Rondan las especulaciones para comprender  el apoyo y entusiasmo que concitan. Desde los cambios culturales que está experimentando la opinión pública hasta una posible “feminización de la política” que aludiría a un liderazgo de nuevo tipo. Resulta pedagógico revisar la investigación internacional comparada que demuestra que, en el campo de las actitudes o de la cultura política, la distancia de género está descendiendo; que no hay mayores diferencias en el ejercicio del liderazgo; que la vinculación con familiares con influencia política es más importante en las mujeres en la carrera hacia el poder, que las diferencias entre sexos se mantienen como áreas de interés político y que las mujeres tienden a apoyar a las candidatas, mientras que en los hombres apenas influye el sexo.

Se abre una oportunidad para hacer un balance del posicionamiento de los temas de género en el escenario político y aspirar a que este hito estimule un debate que está pendiente, con énfasis en las medidas de promoción, sean estrategias retóricas, de acción positiva o de discriminación positiva. Desde que la Concertación asumió el poder, se han producido cambios importantes en la situación legal de la mujer y ha aumentado la conciencia pública sobre los asuntos que le conciernen. Sin embargo, el récord de implementación de políticas que promueven la igualdad de la mujer no resulta impresionante. De particular inquietud es el lento avance de ellas en e Parlamento.
Se han esbozado distintas explicaciones. Resulta difícil entender que, a pesar de los amplios poderes del Ejecutivo y que proporcionan al gobierno un importante margen de autonomía del Poder Legislativo, los avances sean tan modestos.

La Concertación no habría ejercido estos poderes con estos poderes con suficiente con suficiente determinación para promover la implementación de políticas de fomento de la igualdad de la mujer. Al contrario, las facciones conservadoras de la DC han utilizado los amplios poderes del Ejecutivo para impulsar su propia agenda, en detrimento de los partidos de izquierda.
Se habían cifrado esperanzas en el gobierno de Lagos, pensando en que se abrirían oportunidades para las mujeres en el Estado. Parecía lógico pensar que si el equilibrio de poder dentro de la coalición se desplazaba un poco más hacia la izquierda, habría una mayor disposición a reconocer las demandas del movimiento de mujeres y a reabrir canales de comunicación entre las organizaciones de ellas y el Estado. Si bien nadie esperaba sinceramente que el Presidente diera un golpe a la cátedra, incorporando en su gabinete un número similar de hombres y mujeres, tampoco era dable imaginar cuán hegemónico y persistente podía llegar a ser el control de la derecha sobre el discurso público y la ausencia de un verdadero debate respecto de estos temas. Sin embargo, colocando a las dos ex ministras en los cargos precisos, el Presidente las situó en la plataforma de visibilidad adecuada. Podríamos interpretar esta designación según la clave de lo que se ha denominado “retórica de la diferencia”: el incremento de mujeres en las instituciones deja de ser entendido sólo como un fin en sí mismo y se convierte en un medio para alcanzar un objetivo general: la transformación de la vida política. Sin embargo, el que haya más mujeres no debiera ser indiferente; si bien el partido continúa como la variable más determinante, el género tiene influencia en las actitudes políticas, prioridades y actividades parlamentarias. Las mujeres tienden a apoyar con más frecuencia temas relacionados con los derechos de género, se preocupan de la política social y priorizan el contacto con los electores y actividades relacionadas con el distrito electoral por el que fueron elegidas. Habrá que armarse de paciencia. Lo que cabría esperar es que, progresivamente, estos temas dejasen de ser restringidos a los nichos feministas, para ser objeto de debate y preocupación de la sociedad entera. A fin de cuentas, está relacionado con la ampliación y profundización de la democracia.

Pero los asuntos de la mujer en Chile son polémicos y esperable que se produzca el llamado Efecto Penélope: tejes y destejer, sin estar nunca terminando el velo. Por ejemplo, lo que se trata de avanzar por un lado, producto de la igualdad formal de género que propugna el Estado, se hace por el impacto de la publicidad y el papel de objeto sexual que se le asigna a la mujer. Ello es producto de la coexistencia de prácticas sociales en un sentido y prácticas sociales en otro opuesto, que destruye o atenúa el efecto de las primeras.

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